Tala clandestina acaba con últimos bosques de la CDMX

México es el sexto país más peligroso del mundo para los defensores de los bosques

Enrique García, abogado defensor del bosque conocido como El Ajusco, en la Ciudad de México.

Enrique García, abogado defensor del bosque conocido como El Ajusco, en la Ciudad de México. Crédito: Gardenia Mendoza

MEXICO.- Hace apenas unos días que Enrique García, abogado defensor del bosque conocido como El Ajusco, al sur de la Ciudad de México, dejó de escuchar las motosierras. Taladraban los oídos de la población con un incesante ruido que le echaba en cara la realidad en el cerro Pico del Águila: criminales talando oyameles y zacatonales subalpinos, sus árboles.

Durante décadas, los comuneros (oriundos) de la región del Parque Nacional del Ajusco ––de 920 hectáreas protegidas por decreto federal en 1947–– habían sido defensores de uno de los principales pulmones de la capital mexicana y, si bien cortaban madera para comercialización, lo hacían moderadamente, básicamente para sobrevivir.

“Hasta que nos ganó la sobrepoblación y la ambición”, denuncia García durante un recorrido por el circuito que rodea el bosque donde se concentró la tala ilegal con gente profesional que contrataron algunos comuneros que se corrompieron para arrasar con la naturaleza, abriendo paso a claros de luz donde antes era oscuridad por la cantidad de árboles.

“Mira nada más qué desgracia”, grita mientras observa al borde del camino los troncos mutilados: uno, dos, cientos de hectáreas, según sus cálculos. “Qué infamia, qué ecocidio, qué abuso, qué impunidad”. 

El Ajusco había sido hasta hace unos años una de los bosques mejor preservados del país. (Foto: Gardenia Mendoza)
El Ajusco había sido hasta hace unos años una de los bosques mejor preservados del país

García, como otros comuneros que se oponen a la tala inmoderada, reconocen que durante mucho tiempo fue tolerante con los aserraderos porque “ayudaban a las familias” y tenían programas sustentables. En los años 80, por ejemplo,  la empresa  Loreto y Peña Pobre se acercó a ellos para aprovechar los árboles muertos y plagados para hacer papel.

“En ese tiempo se le dio 12 metros cúbicos a cada comunero (son alrededor de 640) para explotarlos y lo hacían con sierra de mano, hasta servía como ejercicio, pero ahora se ha desbordado”, advierte Jose M., otro activista defensor del bosque que omite su nombre por precaución.

México es el sexto país más peligroso del mundo para los defensores de los bosques: en 2018 asesinaron a 36. La tala clandestina es uno de los mejores negocios para criminales: al menos 70% de la madera que se comercializa en el país tiene origen ilegal; mientras que la tasa de deforestación es de 155,000 hectáreas por año, según la ONU.

Enrique García no tiene miedo. “Alguien tiene que hablar, estamos en la capital del país. No podemos dejar que el crimen nos permee con tanto cinismo”, advierte al pie de la carretera. Los criminales pasaron de tirar los árboles en las zonas más retiradas a las zonas más cercanas de comunicación.

Cuando la situación llegó a este punto, a finales de julio, se organizó una protesta. García y algunos otros tomaron la carretera de entrada al Pico del Águila y pidieron a las autoridades su intervención. Los camiones bajaban y subían con los troncos de madera de más de un siglo de antigüedad.

Protesta de habitantes por la tala en El Ajusco
Jóvenes apoyaron la protesta de habitantes en contra de  la tala en El Ajusco. (Foto: Gardenia Mendoza)

“No sabíamos que esto estaba pasando, nos enteramos por los comuneros”, dijo Marina Robles, titular de la Secretaría del Medio Ambiente local (Sedema) .

Pero García la desmiente en una filmación. Policías de la CDMX y autoridades de Sedema habían realizado un operativo previamente, pero no para frenar la tala sino para quitar una cerco que el activista había puesto para evitar que talaran más árboles.

“Yo estaba en el hospital por una operación contra el cáncer y no podía vigilar y los delincuentes me habían tirado cientos”, lamenta.

Una noche los sorprendió infraganti. Eran jóvenes de unos 20 años, con bajo nivel de estudios y sin miedo a enfrentarse a balazos si fuera necesario, le dijeron con la sierra en la mano. Fue entonces cuando decidió que era tiempo de ir más allá, denunciar y tomar la carretera.

Fue entonces que la gobernadora de la Ciudad de México, Claudia Sheimbaum, anunció que enviaría a la Guardia Nacional para vigilar la región, pero los comuneros quieren más: que se controlen los aserraderos, que haya detenidos y programas de sustentabilidad. Que se trabaje, pues. O volverán.

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