De vendedor en el parque a dueño de restaurantes de mariscos en L.A.
Este inmigrante de Sinaloa cuenta cuál ha sido la clave de su éxito empresarial
Cuando Paul Peñuelas ya no pudo vender mariscos en un parque donde jugaban volibol en la ciudad de Paramount, decidió abrir su propio negocio de comida del mar en la Ciudad de South Gate. De eso han pasado ya casi 19 años. En la actualidad, este inmigrante de Sinaloa, México tiene ya cinco restaurantes en el sur de California.
“Yo empecé vendiendo mariscos en una hielera en una mesita en el parque. Después para despistarla un poco y que pensaran que era una fiesta infantil, colgaba piñatas alrededor de la mesa“, recuerda.
Paul vino de Guasave, Sinaloa a Los Ángeles cuando tenía 19 años. “Yo estudiaba en Culiacán para químico farmacobiólogo. Pero cuando un maestro señaló a una de las personas que barría afuera y nos dijo que era titulado de esa universidad, me decepcioné y decidí abandonar mis estudios porque no le vi mucho futuro a la carrera de químico”, dice.
Enfiló entonces rumbo al norte para reunirse con una hermana que vivía en la ciudad de Paramount en el condado de Los Ángeles.
“En 1989 era muy fácil y barato cruzar a los Estados Unidos. Cobraban 250 dólares en Playas de Tijuana. Pasé tranquilamente y me entregaron en el Swap Meet de Alameda en Los Ángeles (mercado tipo tianguis)”, relata.
En los primeros años, Paul hizo de todo un poco. Trabajó en la soldadura, como agente de seguridad y de limpia albercas.
En una fiesta conoció a Adalia, una paisana de Sinaloa, quien se convertiría en su esposa más tarde.
“Nos fuimos a casar a Sinaloa. Cuando regresamos ya nos costó más cara la pasada como 1,500 dólares. Cruzamos también caminando por la playa en Tijuana”, relata.
Cuando su hija tenía un año de edad, un concuño que jugaba volibol, le dijo que por qué no preparaba mariscos y los lleva a vender al parque donde jugaban.
“Le hice caso. Y me puse a vender ceviche de camarón, después le agregué cócteles de mariscos y mojarras. Llegué a vender hasta 300 libras de camarón a la semana”, dice.
En el parque vendió mariscos durante seis años hasta que la policía quitó la cancha de volibol y se acabó el negocio.
“De ahí conseguí un trabajo descargando trailers y me daban permiso de vender mariscos el día de raya – el día de cobro de salario -, lo que me permitía ganar dinero extra”, dice.
Sin embargo, Paul no se conformó y decidió aventarse al ruedo. “El 7 de febrero de 2001, abrí un restaurante de mariscos en South Gate con solo cinco mesas”, recuerda.
Después de una lluvia de ideas con un amigo, decidió ponerle por nombre El Perihuete al restaurante en honor a la Bahía del Perihuete localizada en el municipio de Guasave, Sinaloa.
En julio de 2004 vio la luz del día, el segundo restaurante El Perihuete en Paramount; en abril de 2006, Paul se aventuró a abrir un tercer negocio en Lynwood; y el cuarto Perihuete lo inauguró en mayo de 2015. El restaurante PeriSushi fue abierto en la ciudad de Paramount en el año 2012.
Este inmigrante ha trabajado a brazo partido al lado de Adalia, su esposa, sus hijos mayores Paul Jr., Maleny y Melissa; y algunos otros parientes. Aún la pequeña de siete años, Galilea asiste a su padre en lo que puede.
Cuenta que se fue animando a abrir los negocios porque sus mismos clientes que lo son fieles, lo animaban a abrir otro.
A diferencia de hace 19 años cuando abrió su primer restaurante, Paul dice que hoy en día, hay muchos más retos por vencer.
“Las leyes han cambiado. La gente ya no gasta como antes. Hay más negocios, más competencia”, observa.
Pero cuál ha sido la clave de su éxito empresarial en los mariscos.
“Hacer las cosas como si te las fueras a comer tú, con calidad; y tratar bien al cliente como si fuera de tu familia para que se vaya contento y regrese”, dice.
El tercer punto, menciona es desarrollar una buena comunicación con los empleados. En la actualidad tiene entre 80 y 100 trabajadores en sus negocios de mariscos. “Haz de cuenta que son mi familia”, asevera Paul.
Pero además añade que para que un negocio tenga éxito. “no hay que gastar más de lo que se tiene”. Es decir, llevar buenas finanzas.
Y finalmente, agrega que innovar en la cocina es clave. “Hay que cuidar la presentación del platillo porque a la gente le gusta tomar fotos de la comida y mandárselas a sus amigos”, anota.
A sus 51 años, Paul está contento por sus logros. De los mariscos ha salido para sacar adelante a la familia. Su hijo Paul Jr. es chef, y sus hijas ya se van a graduar de la universidad. “Por fortuna les ha gustado mucho el negocio de comida. A cada uno les voy a dar un restaurante; y los voy a apoyar si quieren abrir otro”, menciona.
Este inmigrante revela que él nunca tuvo planes de hacerse un empresario de la comida durante los primeros años que emigró a Estados Unidos. “Todo se fue dando, y siempre me ha gustado trabajar y que todo salga bien”, afirma.