El día (que se acordaron) de los pueblos indígenas

Es fácil odiar a Colón. Consideremos, sin embargo, que con él vino la lengua española. Nunca hubo antes otra lengua que nos uniera, ni a nosotros ni a los nativos americanos.

La tumba de Cristobal Colón dentro de la Catedral de Sevilla. /FRANCISCO CASTRO

La tumba de Cristobal Colón dentro de la Catedral de Sevilla. /FRANCISCO CASTRO Crédito: Francisco Castro | Francisco Castro

El 12 de octubre se celebra el ahora llamado Día de los Pueblos Indígenas. Queda lejos lo de honrar a la Hispanidad o a la Raza. De Cristóbal Colón no queda ni la sombra de las estatuas. 

No hace tanto, el 16 de julio, se celebró el 250 aniversario de la fundación de la misión de san Diego de Alcalá. Con el tiempo se convertiría en la ciudad de san Diego, y posteriormente, con el empuje de la historia, daría lugar a lo que hoy es California. La única celebración que hubo fue el izado de una bandera que representaba a la tribu kumiai. 

El reconocimiento de los Pueblos Indígenas lleva a esta paradoja: ninguna tribu nativa dio lugar a San Diego, ni a California, ni al suroeste de Estados Unidos; pero, sin embargo, se celebra la existencia de pueblos desconocidos de los que nos gustaría saber más para poder rendirles el homenaje debido. 

No basta para ello con señalar una fecha en nuestro calendario pues ofende poner su Día a la altura, por ejemplo, del Día Mundial del Hábitat, del de la Estadística, o el del Patrimonio Audiovisual, por citar acontecimientos con los que comparte celebración en octubre.

Nos parece, por otro lado, que habría que justificar por qué se esconde a personas y peripecias que contribuyeron a dar fisonomía a nuestro país. California no existiría en su denominación si Garci Rodríguez de Montalvo no hubiera escrito ese nombre en una novela de caballerías en 1510. El condado de Orange, el de California, fundado en 1889, provendrá como otros ocho condados de igual nombre, del primero de ellos, el fundado en Nueva York en 1683. El naranja vendrá de Holanda, por Guillermo de Orange, como le corresponde por ser Nueva Ámsterdam el nombre original de Nueva York. 

Colón, la C de Washington D.C.District of Columbia’, era un emigrante que dejó su tierra genovesa para labrarse un porvenir: tal como hacen millones de personas hoy. Al no cuajar sus proyectos en Portugal fue a probar suerte a España. Persistió, se hizo español, aprendió lengua y costumbres, y cruzó el Atlántico, proeza que nadie antes había realizado en ninguna de las dos direcciones. Igual diríamos de Américo Vespucio, el que da nombre “por un error cartográfico” a nuestro país, que aunque naciera en Florencia, era ciudadano español, ocupó los más altos cargos en la administración, vivía en Sevilla y se comunicaba en español.

Es fácil odiar a Colón. Consideremos, sin embargo, que con él vino la lengua española. Nunca hubo antes otra lengua que nos uniera, ni a nosotros ni a los nativos americanos. Que se lo pregunten a Goyahtle ‘Jerónimo’ que dictó sus memorias en español: Soy apache. 

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