La Navidad: ni inclusiva, ni igualitaria
¿Por qué en el portal de Belén no hay más que una mujer siendo todas las demás figuritas hombres? La gente se puede preguntar por qué Dios no tiene hijas o por qué en el Nuevo Testamento Jesucristo es el Buen Pastor
Mientras algunos plantean terminar palabras por “e” con el loable propósito de hacer justicia de género, lo importante pasa inadvertido. Y por más que algunos periodistas se empeñen en buscar aliados en Pérez Reverte y Vargas Llosa para defender la “e”, su oposición es tan total como poco convincentes sus explicaciones.
¿Por qué podemos una mañana parir “computadora”, pero no, “niñés”? Los entrevistados dan a entender que porque no lo hemos aceptado colectivamente. Eso y nada es lo mismo porque introducen retos distintos.
Las Navidades sí que nos ponen en la dirección correcta a la hora de discurrir sobre la igualdad de género en la lengua. Vayamos por partes.
Hay dos tipos de palabras: las que se reúnen en clases abiertas, como los nombres; y las que lo hacen en clases cerradas. Estas solo son piezas del propio engranaje de la lengua. El Género gramatical se almacena en las segundas.
Por ello, solo podemos inventar palabras terminadas por “e” cuando pertenecen a clases abiertas. Podemos crear “niñe” o “diputade”. Serían como “estudiante”. Otra cosa sería pedir para la “e” un nuevo valor gramatical. Equivaldría a querer darle el sentido de la vista a la nariz sin modificar su estructura biológica actual. Ciencia ficción.
La Navidad nos pone al corriente de la igualdad. ¿Por qué en el portal de Belén no hay más que una mujer siendo todas las demás figuritas hombres? La gente se puede preguntar por qué Dios no tiene hijas o por qué en el Nuevo Testamento Jesucristo es el Buen Pastor. Y el Pastor apacienta a las ovejas, que, poco igualitariamente, son de género inclusivo femenino: ciudadanos y ciudadanas. Los portales tampoco los frecuentan pastoras, ni reinas magas: es agreste desigualdad.
Para los preocupados por no sentirse ni hombre ni mujer, que sepan que ya hace mucho se inventaron los ángeles y los arcángeles. Tal vez se haya oído lo de “discutir sobre el sexo de los ángeles”, que viene a significar “dedicarse a lo intrascendente”. Los ángeles llevan siglos con nosotros y nunca se ha necesitado representar su naturaleza con marcas gramaticales ad hoc. Lo mismo se podría decir de “bueyes”, o “eunucos”, que, siendo de género gramatical masculino, carecen de sexo por castración.
Aparte del “buey”, el portal contiene una “mula”, y ninguno de los dos puede engendrar. Decir “bueye” o “mule” poco consuela. San José es otro fracaso igualitario: no puede ser padre por exigencias del guion.
La virgen María representa la mayor desigualdad porque ser virgen y madre es un privilegio.
En definitivas cuentas, la representación explícita de lo que no encaja biológicamente como masculino o femenino es independiente de su visibilidad gramatical. En Bizancio lo tenían claro, “hablar del sexo de los ángeles” era perder el tiempo.
Luis Silva-Villar, profesor de Lengua y Lingüística