Un pueblo de mexicoamericanos acorralado por la delincuencia

Conoce la historia de Mardonio Reyna

MÉXICO.-  Mardonio Reyna construyó un restaurante a la orilla de la laguna del pueblo que lo vio nacer, del que emigró cuando era niño a lado de sus padres y luego regresó. Puso para decorar palmeras y rosas, tulipanes y araucarias a los costados de las mesas y sombrillas para retozo de los comensales.

Durante los primeros años repetía una y otra vez: ¡Claro que vale la pena!

Pero de un tiempo no lejano a la fecha cayó sobre su emprendimiento la sombra que acosa a todo México: grupos de criminales que quieren cobrar piso, robar, intimidar a punta de pistola y al amparo de la impunidad que no castiga 98 de cada 100 crímenes, según estadísticas oficiales.

El Mogote, una pequeña localidad del norte de Guerrero de alrededor de 600 habitantes —la mitad de los cuales tienen la doble nacionalidad, van y vienen entre México y Estados Unidos— está a merced del crimen: extorsiones, asesinatos y asaltos : en el último año han robado 20 coches de turistas que van a Taxco o Acapulco desde Ixtapan de la Sal.

En los primeros días de enero, el restaurante de Mardonio fue asaltado. Dos veces. Se llevaron el dinero de la caja y de los comensales e incluso le quitaron la camioneta a uno de éstos. El dueño llamó a la policía y ésta nunca llegó. Ni hablar del Ministerio Público. Hasta la fecha ni siquiera les han tomado declaraciones.

El evento bloqueó el ánimo de muchos binacionales que se reunían ahí periódicamente para hablar en inglés y en español o en ambos: en este pueblo se habla el “spanglish’’ desde hace décadas, desde que en 1986 Estados Unidos otorgó una amnistía para dar documentos a inmigrantes de la que se benefició un millón de mexicanos, entre ellos, cientos de mogoteños que eran jornaleros.

Desde entonces, el 75% de los mogoteños va y viene entre México y Estados Unidos. Más bien, iban y venían para pasar temporadas aquí y temporadas allá: ahora no hay quien se arriesgue para mal de familias y de naciones porque era una economía que fluía.

La realidad está cargando la balanza y muchos, como Reyna, comienzan a tomar decisiones y a asumir que tal vez es mejor cerrar y volver a la comodidad del otro lado porque las medidas de seguridad extraordinarias que ha tomado implican muchos gastos.

A él le había dado por la política, cuando la cosa no estaba tan mala y pudo lanzar sin contratiempos y con éxito la primera candidatura migrante para la presidencia del municipio al que pertenece El Mogote. Ahora ni soñarlo: tan sólo en 2019 fueron asesinados 46 presidentes municipales en el país, según cifras de la revista Alcaldes de México.

“Vivo aquí por qué tenía una mejor calidad de vida y la gente es muy cálida, pero están acabando con la economía de la región y ya hay varios negocios cerrados’’.

William Jaime Flores, quien vino a vivir a El Mogote hace tres años, mejor no habla y mantiene un perfil bajo desde que dejó atrás el US Army para pasearse ahora con un sombrero de ala por todo el pueblo y tomar mezcal con los amigos.

“Jimmy’’, como se le conoce en el pueblo, es hijo de una estadounidense de origen alemán y un mogoteño. Su padre aún vive en Chicago, pero a él le gusta aquí y aquí se casó con una mexicana con la que tiene una hija. “Quiero hacer una familia unida’’, dice arriesgando su castellano.

Así que se lo toma con calma. Por un lado, no quiere dejar los tamales y frijoles con chile de árbol, el cerdo con salsa de cacahuate y de la salsa con chile verde y la familia que vino a buscar dese EEUU; por otro, no quiere problemas.

Quienes se quedan es gente que tiene riesgos mínimos de ser amenazada como Ana Castañeda, una octagenaria que pasa la mitad de su vida en ambos lados desde que obtuvo la residencia. De aquí le gusta la fiesta, las bodas, los quineaños y el clima. “No extraño a los que están allá porque van y vienen, pero ¿volverán siempre?”, se pregunta.

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