Angelinos a la caza de alimentos en medio del caos por coronavirus
Escasea de todo, los precios se elevan y la gente tiene que hacer filas por horas
Vicente García había tratado de mantener la calma pese a las noticias cada vez más preocupantes del coronavirus, pero cuando escuchó al presidente Trump declarar la emergencia nacional el viernes 13 de marzo, ya no pudo tranquilizarse.
“No logré enfocarme en el trabajo. En lo único que pensaba era en que tenía que salir a comprar alimentos”, dice este inmigrante mexicano, quien vive en Pacoima, un barrio al norte de Los Ángeles.
Tan pronto terminó su jornada laboral se fue a hacer un recorrido por varias tiendas, solo para encontrarse grandes filas hasta de una cuadra para poder entrar.
“El estacionamiento estaba imposible. Resultó muy difícil encontrar un lugar donde dejar el carro. Iba con mi hermano y le dije que se bajara para que se fuera adelantado”, recuerda.
Cuando por fin pudo entrar a la tienda, se encontró el lugar abarrotado. Era un verdadero caos.
“El frijol, arroz y las latas de verduras ya se habían agotado. Ni que decir del cloro. No había. Solo quedaban lo más ‘feíto’, latas de comida que la gente no quiere… sopas de apio o almejas. Yo alcancé a comprar frijoles enlatados y maseca para hacer tortillas”, dice.
Una semana antes, pudo abastecerse de suficientes rollos de papel sanitario y agua para su familia. Por ese lado, estaba tranquilo.
La pandemia del coronavirus ha hecho que los angelinos se abalancen a las tiendas para abastecer sus despensas, angustiados porque la escasez de víveres empeore conforme pasen los días, y hasta temen un posible cierre de mercados.
Ya el sábado 14 de marzo, la tienda Trader Joe’s de la ciudad de Glendale estuvo cerrada las primeras horas del día. A los clientes que llegaron temprano, creyendo hallar un mejor surtido, les informaron que abrirían hasta mediodía porque los camiones de comida no habían llegado.
En otros supermercados, los clientes hacían largas filas para entrar, y los dejaban entrar de uno a uno cada cierto periodo de tiempo.
“¿Cuánto tiempo va a durar esto? ¿Qué va a pasar? ¿Por cuánto tiempo más van a estar abiertas las tiendas”, se preguntaba Vicente.
Él logró asegurar comida suficiente para su familia compuesta por seis miembros al menos por un mes y medio, pero se siente preocupado. “La gente se pone cada vez más agresiva”, dice.
En muchos negocios se han reportado pleitos entre los consumidores, en la lucha por llevarse el mayor número de paquetes de papel sanitario y no querer compartirlos. En estos tiempos del coronavirus, inexplicablemente el papel de baño se ha convertido en uno de los productos más codiciados en los Estados Unidos.
El dinero no alcanza
Monse Urías, quien vive con sus tres hijos y su esposo en Long Beach logró abastecerse para dos o tres semanas. “Tampoco uno puede comprar comida para más tiempo porque es mucho gasto”, dice.
El viernes 13 de marzo, le tomó casi dos horas poder entrar a la tienda La Superior. “No había agua, papel de baño, sopas, frijol, arroz ni desinfectante ni sopas instantáneas”.
Toda esta situación le ha puesto los nervios de punta. “Me siento desesperada, con pánico. Y luego ahora hasta los niños están sin escuela. Antes por lo menos se ahorraba uno el lonche de ellos. Con los hijos en la casa, se gasta más. Lo peor es que uno no encuentra nada en las tiendas; y los precios han subido demasiado”, observa.
Monse tiene un hijo con asma, y eso ha hecho que se sienta aún más mortificada. “Cuando hay un adulto mayor, una mujer embarazada o una persona con enfermedades crónicas, es más difícil. Uno tiene que cuidarlos más. Y para colmo, el alcohol desapareció de las tiendas, ya no se diga las toallas desinfectantes. Solo esperemos que el jabón para lavarnos las manos no se acabe”.
Arrasan con toallas femeninas
Lydia Barrón se llevó tremenda sorpresa cuando fue al supermercado en Northridge, un barrio al norte del condado de Los Ángeles, y se encontró con que no había toallas y tampones femeninos.
“Los estantes estaban vacíos. Nunca pensé que estos productos fueran a tener tanta demanda en estos tiempos”, dice.
Lydia iba también a la tienda a comprar comida para su perro. “Está casi agotada. Tampoco había champú y jabón para el cuerpo, no hay latas, comida seca ni enlatada”.
Esta madre de familia quien vive con su hija y su mascota, dice que aunque quiere mantener la calma, cada vez se siente un tanto más alarmada.
“Es un poco frustrante. No sabemos qué va a pasar con respecto a la comida. Estamos en la incertidumbre”.
De tienda en tienda
Con formal puntualidad, Edilberto Ubaldo llegó a las cinco de la mañana al supermercado Vallarta de la comunidad de Sylmar en Los Ángeles. La tienda la abren a las 6:30 a.m. Él quería ser de los primeros, y lo logró, pero no halló todo lo que quería.
“Ahorita uno compra lo que encuentra, no lo que quiere y necesita. Yo compré frijol suelto de las variedades peruano y pinto. Me traje lo último que quedaba. Compré también tostadas, salsas de tomate. Hasta eso que la gente andaba muy amable”, cuenta.
Del Vallarta, salió a toda carrera rumbo a la tienda Costco también en Sylmar.
“Llegué a las 7:15 de la mañana. La tienda la abrían a las 9:30 a.m. Las filas eran enormes. Mientras esperábamos nos llovió, y yo olvidé el paraguas”, dice.
Cuando estaba a punto de entrar, llegó una señora de mediana edad y poniendo una cara de súplica, le pidió darle oportunidad de meterse en la fila.
Cargado de ansiedad, Edilberto le respondió de manera rotunda: “¡No señora! ¡Levántese temprano y haga ‘cola’ como todos los demás!” Una cáscada de tronadores aplausos de la gente que hacían fila, le siguieron a la firme respuesta como reconocimiento por no dejar a la mujer colarse.
Cuando al fin pudo tener acceso a la megatienda, compró lo más elemental, aceite, caldo de pollo, salsa de tomate. “No había fruta, carne, huevos ni leche”.
Lo bueno fue que a cada cliente, dice, el Costco les permitió adquirir un paquete de papel sanitario, otro de papel para la cocina, y uno más de botellas de agua.
Edilberto confiesa que de verdad siente que está viviendo una pesadilla. “La gente tiene miedo. Piensan que se va a acabar el mundo. Yo me siento inseguro. No sabemos qué va a pasar. Si me enfermo, sé que me tengo que aislar, pero no sé qué más puedo hacer”, dice atribulado.
Aunque usted no lo crea
Rosa Higueras quien vive en Anaheim en el condado de Orange, dice que mientras hacía una larga fila para comprar despensa, observó a un individuo pagar en la caja registradora, solo por tres exprimidores de limones.
“No sé si este señor iba a abrir al día siguiente un restaurante, o para qué quería tantos exprimidores. Cuando todos estábamos preocupados por los productos básicos, él solo pagó por sus exprimidores. Esas son de las cosas raras que estamos viendo hoy con la crisis del coronavirus”, dice.