Deportado camina tres días en busca de albergue en México: “Pocos nos quieren recibir”

La travesía de Rubén Castro ante la contingencia sanitaria del coronavirus

Rubén Castro a su arribo a la Casa del Migrante Sonorita Pueblo Sin Fronteras

Rubén Castro a su arribo a la Casa del Migrante Sonorita Pueblo Sin Fronteras Crédito: Irineo Mujica | Cortesía

MÉXICO – El jaliciense Rubén Castro no lamentó tanto su deportación, al fin y al cabo,  es la segunda vez en seis años y piensa que va a reingresar “pase lo que pase”. En cambio sí le dolió el momento en que lo echaron de Estados Unidos, en plena crisis sanitaria por el coronavirus y no tanto por el miedo sanitario sino por la casi nula atención a repatriados en México, su país.

Hace días que EEUU suspendió las deportaciones por avión que se realizaban tres veces por semana y los agentes del Servicio de Inmigración y Aduana lo llevaron a la garita migratoria en Tijuana y ahí lo dejaron. De lado mexicano, no le tomaron la temperatura, ni le hicieron ninguna pregunta sobre su pasado inmediato en el centro migratorio de Mesa Verde, donde estuvo unos meses.

Los últimos días fue un infierno estar en Mesa Verde, cuenta. No había ni guantes, ni mascarillas, tampoco alcohol y, a falta de jabón y cloro, los custodios intentaban espantar al “bicho” (el coronavirus) con champú. Rubén Castro nunca estuvo seguro si quienes tenían síntomas de COVID-19, la fiebre, la tos y los dolores del cuerpo estaban infectados, sólo escuchaba los cuchicheos de miedo entre los indocumentados.

El pasado 21 de marzo, la administración del presidente Donald Trump anunció que, como parte de la política de emergencia por la crisis sanitaria, deportaría sin el debido proceso y de manera inmediata a los inmigrantes sin papeles que intenten cruzar la frontera y a algunos otros de los centros migratorios.

De acuerdo con cifras oficiales del gobierno estadounidense, en los últimos días el flujo de retorno diario se calcula en alrededor de 600, de los cuales, el 40% son centroamericanos y el 60% mexicanos.

El albergue de Pueblos sin Fronteras es uno de los pocos que da asilo a deportados de EEUU
El albergue de Pueblos sin Fronteras es uno de los pocos que da asilo a deportados de EEUU

Rubén Castro llegó el pasado 27 de marzo  a la media noche a Tijuana. “La gente de migración en México, sólo me preguntó la edad” (las autoridades dicen que hay protocolos, cuestionarios, termómetros al por mayor para los repatriados).

Este inmigrante quien llegó a California cuando era un bebé y hoy tiene 33 años, se vio de pronto en medio de la noche deportado a su país  sin más vigilancia que gente de un cartel del narcotráfico cuyo nombre se reserva por seguridad. En ese momento calculó que el coronavirus era el último de sus problemas.

“Esa gente se pone ahí para reclutar a repatriados, pero ese día corrí con suerte y  no se metieron conmigo, me dejaron quedar ahí hasta que amaneciera”.

Al día siguiente, lo que hizo fue  buscar un albergue: quería sentarse a esperar hasta que se calmaran los contagios y entrar otra vez a San Diego sin documentos.

Cuando comenzó a andar por algunos barrios en busca de refugio recordó que su novia enfermera le había dicho que el COVID-19 ataca principalmente a ancianos y él le cree: “Ella sabe”, concluyó. Hice oídos sordos a quienes le adviertieron que hay matices y complicaciones que podría ser candidato mortal si tiene hipertensión, diabetes, si no se atiende.

Como sea, llegó sano a Tijuana a tocar puertas y, para su sorpresa, en ninguno quisieron recibirlo: la mayoría de ellos tomó la decisión de no dejar entrar a a más gente ante el temor del hacinamiento y que alguno de los nuevos deportados venga infectados.

Las repatriaciones de mexicanos por Baja California han incrementado 16% en comparación con el mismo periodo del año pasado, reportó el Instituto Nacional de Migración y, particularmente Tijuana, continúa como el puerto fronterizo con más recepción de mexicanos expulsados del vecino país con un  promedio de 143 personas al día.

Albergue de Sonorita se abastece con algunos víveres en medio de la contingencia.
Albergue de Sonorita se abastece con algunos víveres en medio de la contingencia.

Rubén Castro pensó en la posibilidad de ir a Degollado  -su pueblo natal – como hizo en 2015, cuando fue repatriado por primera vez, pero pronto descartó la idea porque allá también el cartel local quiso reclutarlo. “A mi no me gustan esas cosas, a mi me gusta el campo, el bosque, soy leñador, no asesino”.

Cansado, sin dinero ni teléfono (dice que todo se lo quitaron en Mesa Verde), tomó un café con galletas que le regaló alguien que se apiadó de su historia. Entonces decidió que quería moverse de esa ciudad donde los cuentos de la violencia estaban a la orden: el periódico reportó el día de su repatriación a 17 asesinatos.

Por eso decidió tomar el camino a pie hacia la Casa del Migrante Soronita de Pueblo Sin Fronteras, de la que otro repatriado  le habló. Nunca se enteró de que existía el Centro Integrador del Migrante.

El gobierno mexicano ideó la creación de cuatro Centros Integradores del Migrante en la frontera norte del país para brindar ayuda “integral” a  los migrantes, principalmente a centroamericanos que deben esperar en México a su respuesta de asilo en Estados Unidos de acuerdo con el acuerdo al que llegaron los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump.

En diciembre pasado abrió las puertas del Centro Integrador “Leona Vicario”, en Ciudad Juárez, y del Centro Integrador en Tijuana “Carmen Serdán”, y quedaron pendientes dos más  en Mexicali y Reynosa. La emergencia sanitaria los tomó por sorpresa en la obligación de recibir a los deportados mexicanos y aún no están preparados.

Este diario intentó por diversos medios (vía celular, correo electrónico y redes sociales) obtener información, pero el encargado del albergue Carlos Sáenz nunca fue localizado y sus subordinados “no estar autorizados” para responder cuestionamientos como si actualmente existen sospechosos de coronavirus o si hay la remota posibilidad de ofrecerles empleo ya que el centro depende de la Secretaría del Trabajo.

La cifra oficial sobre este albergue en Baja  California (el único que aún recibe a repatriados mexicanos) se sabe por un post que escribió el gobernador Jaime Bonilla el pasado 31 de marzo en su página de Facebook donde informó que hay 183 personas deportadas.

Algunos de los migrantes que se encuentran en la Casa del Migrante de Pueblo Sin Fronteras en Sonorita.
Algunos de los migrantes que se encuentran en la Casa del Migrante de Pueblo Sin Fronteras en Sonorita.

En su caminata de Tijuana a Sonorita, Rubén Castro confiaba en que alguien le daría un “aventón”. No contaba con que son tiempos de guardar distancias, de suspicacias hacia el otro que podría estar infectado por el coronavirus y nadie le ayudó: los coches aceleraban en cuanto él levantaba el dedo.

Entre Mexicali y Puerto Peñasco tomó el tren. Había visto hacerlo a los centroamericanos, pero, con mucha menos habilidad, se cayó. Llegó al albergue de Sonorita con el cuello torcido el 1 de abril y se unió a otros 46 indocumentados que ya se encontraban en el lugar, uno de los pocos de la sociedad civil que aún recibe abiertamente a los deportados a que traigan el virus de EEUU.

Aquel día que Rubén Castro llegó a Sonorita, el Instituto Tamaulipeco de Atención al Migrante informó que habían llegado al estado colindante con Texas alrededor de un total de 145 deportados y que calculaban un ritmo diario de 70 en los días venideros.

El instituto dependiente del gobierno estatal dijo en un comunicado de prensa que los migrantes eran revisados y enviados en autobuses hacia la ciudad de Monterrey, Nuevo León, bajo la custodia de la Policía Estatal, para que desde ahí se fueran a “sus lugares de origen”.

En Ciudad Juárez, Chihuahua, el sacerdote Francisco Calvillo, director de la Casa del Migrante de Ciudad Juárez, advirtió al Instituto Nacional de Migración (Inami) que no aceptará a nadie que tenga síntomas del COVID-19 y pidió al Gobierno federal aislar en el Centro Integrador para Migrantes Leona Vicario, hasta que se descarte totalmente el contagio.

Irineo Mújica, fundador y director de la Casa del Migrante Soronita de Pueblo Sin Fronteras, desde donde Rubén Castro dio esta entrevista, lamentó que en medio del COVID-19 se esté dando la espalda a los migrantes. Por eso el albergue a su cargo decidió mantener las puertas abiertas y, sólo en caso de infección, se aislará a las personas.

“El actual gobierno quitó los fondos que ayudaban a sostener los albergues y los nuevos no están atendiendo como se debe y muchas veces no los quieren recibir, no los revisan y andan por ahí, si están infectados van dejando el virus en el camino”, advirte. “El coronavirus está demostrando que cualquiera está expuesto, que debemos protegernos entre todos.

Hasta ahora ninguno de los migrantes que se encuentran en Sonorita tiene síntomas, pero ya se están tomando algunas medidas: bañarse antes de dormir, jabón en las entradas, mantener la distancia y hacer mascarillas aunque sea con pedazos de ropa.

Mientras tanto, Rubén Castro se recupera ya de la lesión del cuello, pudo llamar a su familia que le envió un poco de dinero y espera a que la pandemia ceda.  Espera a tiempos mejores para volver a casa. En California, por supuesto.

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