“México en sí mismo es el muro de Trump”

Entrevista con Nick Quested, director del documental “Blood on the Wall” de National Geographic

Un miembro del cartel de Sinaloa limpia sus armas.

Un miembro del cartel de Sinaloa limpia sus armas. Crédito: Nick Quested | Cortesía

Nick Quested lleva más de 20 años produciendo y dirigiendo documentales que le han llevado por todo el mundo, desde el Medio Oriente en tiempos de guerra hasta las calles de Nueva York. Su último trabajo, “Blood on the Wall”, trata de mostrar las razones de la crisis de la frontera sur, algo casi imposible de concentrar en una película de menos de dos horas. Pero Quested y Sebastian Junger, co-director del film, conectan con eficacia la realidad de las caravanas migrantes que arrancan en Centroamérica, los carteles del narcotráfico, la corrupción generalizada en México y la responsabilidad de Estados Unidos en un problema que aunque muchos estadounidenses sientan ajeno, es definitorio sobre el tipo de país que Estados Unidos quiere ser.

Charlamos por teléfono con Quested sobre “Blood on the Wall”, que este miércoles 30 de septiembre estrena National Geographic (9 pm).

Pregunta: ¿Por qué hicieron este documental ahora?
Nick Quested: Queríamos abordar dos cosas. La primera era el discurso del presidente Trump cuando acusó a los migrantes de ser asesinos y violadores. Sentimos que no había justificación. Fue políticamente motivado para crear un enemigo al que pudiera demonizar. Sentíamos que debíamos poner cara a esa gente anónima. Creíamos que seguir a la caravana y descubrir quiénes realmente van en ella y por qué han abandonado sus casas era importante.

Y luego es particularmente relevante porque América enfrenta una pregunta existencial: ¿Es América un país de inmigrantes? ¿Es un país multicultural donde todos creen que las diferencias hacen a la gente mejor? ¿O es un país nacional-cristiano donde los blancos deben tomar todas las decisiones y recibir todos los beneficios de la sociedad?

P.: Tuvieron acceso de primera mano a situaciones extremas…
N.Q.: Éramos un equipo de cuatro personas. Mi cámara y yo filmamos, y teníamos un productor local y un conductor o persona de seguridad en la parte final, porque nos robaron una cámara en El Nido de las Águilas, en Tijuana. Afortunadamente la recuperamos porque conocíamos alguna gente allí.

Trabajamos mucho con periodistas locales y queremos darles el crédito. No queremos reportar el trabajo de otra gente, sino mostrarles haciendo su trabajo. Así que seguimos a Rubén y Carlos, quien con Paco se convirtieron en nuestros guías, pero también en personajes del film.

P.: Ser periodista en México cubriendo estos temas es un trabajo muy peligroso. ¿Se sintieron amenazados en algún momento?
N.Q.: No me sentí amenazado, pero en la Ciudad de México sentí que estaba bajo la vigilancia del CISEN (Centro de Investigación y Seguridad Nacional). Notamos que nos seguían constantemente durante un tiempo, pero quizá fue porque íbamos a reunirnos con diferentes personas que estaban bajo vigilancia ellos mismos.

El problema es que toda la autoridad policial mantiene un nivel de corrupción que no sabes si te preocupa más la policía que los narcotraficantes. Y dónde terminan unos y empiezan los otros. En Acapulco nos tomaron fotos y las subieron a una página “amiga” de los narcos. Pero Rubén y Carlos lo arreglaron explicándoles que no éramos gente a quienes quisieran vilipendiar. Fue un momento en que nos preocupamos por nuestra seguridad. Acapulco es una ciudad muy complicada. Cuando estábamos allí había uno o dos asesinatos cada día, y podían suceder en cualquier área de la ciudad, arriba en las colinas o en la costa. Recuerdo un día que llegamos a la escena donde habían asesinado a un pescadero porque no había pagado su parte a un mafioso local. Llegamos temprano y yo me preparé para grabar rápido. Carlos me agarró del hombro y me dijo: “Espera, espera, espera. Tenemos que esperar a la policía porque aún están por aquí. No queremos filmar a nadie que pueda haber sido parte de este crimen”. Eso nos bajó a la realidad.

Cartel del documental "Blood on the Wall" de National Geographic.
Cartel del documental “Blood on the Wall” de National Geographic.

El negocio de la muerte en Acapulco es una locura. Filmamos la pelea de una familia con la policía por el cadáver de su hijo. La policía se lo quería llevar al forense, pero la familia quería llevarlo a la funeraria, porque una vez que lo tiene el forense hay que pagarle para recuperar el cuerpo. Y al salir de allí hay por lo menos veinte representantes de funerarias que te ofrecen el arreglo más barato para el entierro. El negocio de la muerte en Acapulco es un sector vibrante.

P.: Eligieron Acapulco sobre otras ciudades de México para mostrar la violencia del narcotráfico.
N.Q.: Es un lugar icónico para los estadounidenses, donde hace décadas vacacionaban las estrellas de Hollywood. Y está ligado a Arturo Beltrán Leyva, figura clave en la historia de la narco política mexicana.

P.: ¿Cómo ha afectado la situación en la frontera la llegada de Trump a la presidencia y su relación con López Obrador?
N.Q.: La situación en la frontera se ha vuelto mucho peor. Permitir que los solicitantes de asilo permanezcan en México mientras esperan a que les den fecha para su vista es un daño enorme para la inmigración en general. Trump demostró que no busca trabajar con los países vecinos para mejor la situación de estas comunidades, sino que sólo piensa en qué es mejor para su futuro político. Él todo lo mide en función de su reelección. Hace todo lo posible para salir reelegido aunque eso perjudique a otros países.

P.: ¿Y ha sido México demasiado débil con Trump?
N.Q.: Sí, absolutamente. Creo que es particularmente malvado utilizar la inmigración como una herramienta política de la forma que Trump lo ha hecho. Y México terminó convirtiéndose en el nuevo muro. México en sí mismo es el muro.

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