Del diseño de modas, a la solidaridad con los repatriados

Conoce la historia de Sergio Casonova, un mexicano que fue deportado de Estados Unidos, y dijo que es lo mejor que le pudo pasar

Pasarela en equipo. Al centro, Sergio Casanova

Pasarela en equipo. Al centro, Sergio Casanova Crédito: Cortesía | Cortesía

Sergio Casonova pasó de la deportación desde Los Angeles, donde vivió 22 años, a ser un trotamundos; mudarse a Europa, de Bélgica a Francia; de España a Suecia para volver a México y convertirse en un exitoso diseñador de modas.

Transformado siguió un paso a más. Ahora apoya a un hostal para aquellos migrantes que llegan a la Ciudad de México sin conocer a nadie, a veces sin hablar español y, otras tantas, sin nada más que la vida.

—Siempre digo que lo mejor que me pudo pasar fue la deportación —cuenta en estos días previos al arranque de su proyecto filantrópico que paradójicamente llevará el nombre de ICE, no el de la migra que lo echó de Estados Unidos sino el ICE cuyas siglas son un concepto de esperanza: Incubadoras de Crecimiento y Éxito.

Arrancará en asociación con la organización de deportados New Comienzos, la que cubrirá la renta del inmueble, luz, internet, gas, agua?  Sergio Casanova, amueblará los espacios con miras a hacerlos en algo más que un colchón en los primeros días de la deportación; en sitios para  intercambio de ideas. “Casas de cultura binacional”, precisa.

Será una oportunidad para que los migrantes se capaciten entre sí: entre los deportados hay gente con mucha experiencia en oficios  como carpintería, decoración de interiores, lozas, tablarroca…

Particularmente Sergio Casanova becará a gente interesada en la alta costura que lo ayude a hacer crecer más la marca  que tiene su nombre y otro concepto especial para la comunidad mexicoamericana, binacional.

Diseño de Sergio Casanova
Diseño de Sergio Casanova

Jesús Sosa es uno de los beneficiados. Oriundo de Teotitlán del Valle, en la región zapoteca el estado de Oaxaca, este hombre de 21 años no es un migrante típico hacia la Unión Americana sino en un estilo más regional y complejo: “Me fui del pueblo porque ya no soportaba el bullying”, precisa.

Huyó hacia la capital mexicana para poder ejercer una sexualidad con más libertad, sin sentirse sofocado por chismes, burlas, acoso y hasta golpes de una sociedad intolerante. Llegó con una mano adelante y la otra atrás en julio de 2017. Un familiar lo recibió, pero pronto él se fue para vivir con amigos para compartir una casa pequeña. Dormía en el suelo.

“La comida que más recuerdo es la que hice el primer día en esa casa: fue un bolillo y un refresco que me cayeron muy bien”. Era el sabor de la libertad.

Días después vinieron tiempos complicados, de vivir al día en un trabajo clandestino de mesero en la Zona Rosa —donde se congrega la mayor comunidad homosexual de la capital mexicana. Ahí conoció a un miembro de la comunidad de deportados que lo invitó a ser parte de la agencia digital de New Comienzos.

Después de todo, Jesús también es también un migrante extraño en la CDMX, el epicentro de su país.

“Cuando me fui con los repatriados ya no tenía ni un peso pagar renta ni para comer”, recuerda el muchacho. “Estoy muy orgulloso de que se hayan fijado en mi para patrocinarme un oficio en la moda, a mi siempre me ha gustado la moda, vestirme, el modelaje, el maquillaje… y ahora voy a aprender todo de Sergio Casanova”.

La moda binacional 

“Tú y tu muro me la pelan”. La irreverencia no es sólo un juego de palabras en referencia a la valla que el presidente estadounidense Donald Trump se empeña en construir a cualquier costo en cada centímetro de la frontera México- Estados Unidos; es, más bien, una forma de vida de dos sociedades que están unidas por la sangre y la hermandad de la convivencia diaria.

La empresa de Sergio Casanova es una muestra de ello. Con el proyecto de Pico de Gallo se busca que la mitad de las ganancias vayan a un fondo para el hostal de los migrantes de retorno y cada trazo lleva su sello.

Sergio Casanova con uno de sus diseños para la marca de su mismo nombre
Sergio Casanova con uno de sus diseños para la marca de su mismo nombre

¿Por qué Pico de Gallo? Porque en California todos saben, los gringos saben, qué es una salsa muy mexicana de jitomates, cebolla y chile picados, verde, blanco y rojo como la bandera. Los diseños de esta marca son para gente binacional en ambos lados de la frontera, relajados, holgados, más casuales.

La otra marca de ropa que lleva su nombre es más internacional y con un estilo ‘andrógino”, elegante, que puedan usar por igual hombres y mujeres. Sergio Casanova quiere romper estereotipos de que lo mexicano es más artesanía y folclor.

En el camino ha tenido tres pasarelas importantes: una en Tamaulipas, su estado natal; otra patrocinada por la marca de Panam, y la otra promovida en el programa televisivo La Voz México. Lo que sigue, dice el dueño, es consolidarse, exportar más, vender más y, sobre todo, romper tabús.

Largo camino

Cuando Sergio Casanova tenía 18 años, la policía lo agarró con droga. Era joven, no sabía muy bien lo que hacía, pero ese error lo llevó a un proceso legal que le costó 11 años de persecución, la pérdida de su Green Card, tres años de prisión, la deportación poco antes de los 30 y el placer de ver crecer a sus dos hijas.

Desorientado y con un español muy básico aterrizó en Tampico, una ciudad que en ese tiempo le pareció un infierno. No sólo por las razones de seguridad, sino porque comparada con Los Angeles lucía pequeña y provinciana. Ahí se enteró que, por su dominio del idioma inglés,  podría trabajar en algún hotel o restaurante o complejo turístico en Cancún.

“Ni sabía que era eso de Cancún”, reconoce.

Con opciones mínimas y sin nada que perder se fue hacia allá, hacia uno de los complejos turísticos más importantes del mundo que tiene un pequeño defecto: los salarios son muy bajos para la clase trabajadora. Como sea, Sergio Casanova se puso a trabajar y entre sol y la playa conoció una muchacha belga que lo lió para que se fuera a Europa.

Se fue por primera vez como ilegal y se quedó. Un día se hartó de Bélgica y se fue a Francia y finalmente dio el salto a Barcelona, donde empezó a trabajar en un bar. Se hizo amigo del dueño, éste le traspasó el negocio y así fue haciendo vida hasta casarse con una sueca con quien vivió tres años en el país de ella.

El choque cultural acabó con su matrimonio y, de buenas a primeras, Sergio Casanova se imaginó a sí mismo en México. “Llegué a la CDMX con ganas”, cuenta.

Ganas de hacer una vida, de estudiar y crecer: así inició su carrera en la alta costura.

Atrás quedó California, el olor del free way en Los Angeles que todavía extraña. Sus tiempos de soldador en la Unión Americana, los tacos que considera los mejores del mundo; atrás, Europa y su sofisticada sociedad; adelante el diseño de modas y la colonia Roma donde se asentaría su empresa.

Pasarela
Pasarela

En medio de todos esos “ires y venires” quedaron sus hijas a quienes dejó de ver cuando tenían cuatro y seis años. Hoy tienen 20 y 18 años y las está recuperando. El verano pasado las invitó a visitarlo.

Aterrizaron en julio y volvieron a California casi en agosto. Estuvieron en la capital mexicana, por supuesto; en Tampico, desde donde emigró el padre cuando tenía siete años; en Acapulco, el puerto que han soñado visitar siempre los mexicanos por una fama que se arrastra de otros tiempos aunque ahora esté en declive.

Fueron a Oaxaca, el estado oriundo de miles de emigrantes californianos; Valle de Bravo, donde pasan el fin de semana muchos chilangos; el Nevado de Toluca, donde se pueden ver algunos de los paisajes más hermosos del país, y Puebla, el estado que concentra algunos de los templos católicos más suntuosos.

Al final, Sergio Casanova compró un coche a su hija en la CDMX y la acompañó a Tijuana para que cruzara a California, como una remesa de regalo a la inversa. Luego, volvió a los suyo.

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