La CDMX, un epicentro mundial de la pandemia
Los habitantes de la Ciudad de México saben que están en uno de los epicentros de la epidemia. No porque lo digan las cifras de medición internacional que ubican al país como el tercer más mortífero del planeta, según la Universidad Johns Hopkins, sino porque cada uno de ellos tiene uno o varios familiares amigos o conocidos enfermos o intubados; en busca de oxígeno u hospital… O una funeraria.
MEXICO.- Los habitantes de la Ciudad de México saben que están en uno de los epicentros de la epidemia. No porque lo digan las cifras de medición internacional que ubican al país como el tercer más mortífero del planeta, según la Universidad Johns Hopkins, sino porque cada uno de ellos tiene uno o varios familiares amigos o conocidos enfermos o intubados; en busca de oxígeno u hospital… O una funeraria.
“Esto es una desgracia”, lamenta Ivette Baltazar, quien en los últimos días perdió a dos de los suyos; otro más necesita oxígeno, un cuarto está intubado y dos en cuarentena.
La capital mexicana, con más de 20 millones de habitantes, concentra una quinta parte de los casos que llevó a México al tercer lugar mundial por el número de fallecimientos (sólo por detrás de Estados Unidos y Brasil) con casi 160,000 muertos con un pico récord del sábado pasado cuando en un solo día registraron 1,498 muertes.
Las autoridades dicen que este abrupto incremento de casos mortales es producto de las reuniones y fiestas decembrinas, pero también hay críticas sobre las laxas políticas respecto al uso de la mascarillas, la sana distancia y el confinamiento.
“Ahora que vemos morir a la gente que queremos, que ya empezamos a creer que el coronavirus sí mata, nos debe servir de lección para hacer consciencia de la importancia de cuidarse porque cualquier error cuesta la vida”, advierte Ivette Baltazar.
El drama de los Baltazar comenzó poco después del Año Nuevo, cuando su primo Enrique, un profesor de clases de baile de salón, asistió a una fiesta aparentemente de trabajo. O quizás harto del encierro o porque estaba muy confiado. Eso nunca lo sabrán porque no lo explicó y exactamente 15 días después de ese evento murió contagiado de COVID-19.
Y también salpicó a media familia. Para empezar, a la madre a quien cuidaba intermitentemente porque se rotaba las guardias con sus cinco hermanos. También contagió a tres de éstos y dos cuñados que hoy se debaten entre la vida y la muerte; uno, en un hospital del Seguro Social y otro en el Hospital Ángeles el Pedregal, uno de los más caros del país.
“No tenían opción, están muy graves”, señala Ivette Salazar.
Enrique regresó del evento y fue directo al departamento de la madre para cumplir la obligación de pasar un día con ella y ayudarle con algunas tareas que ya no le eran posible cumplir debido a su edad: 83 años. Una de las hermanas que vivía a lado lo suplió y luego la otra.
Otro de ellos voló desde Playa del Carmen para visitarla antes de una operación de riñón que ella tenía programada. Estuvo unos días y regresó infectado sin saberlo porque los primeros síntomas aparecieron de distinta forma. Enrique y las dos mujeres empezaron sólo con tos y gripa; el viajero, con diarrea.
Tomó el avión de regreso a casa y en Playa del Carmen se desató. La esposa lo llevó al hospital y ahora está en espera de saber si ella también tiene COVID-19 como muchas otras familias que forman parte de la cadena de contagios que hoy de tiene de luto a la CDMX: de los más de 155,000 muertes en todo el país en el año, unas 22,000 ocurrieron aquí, según la Secretaría de Salud.
Analistas de datos consideran que esas cifras, aunque oscuras, podrían ser muy conservadoras y se calcula un subregistro de aproximadamente la mitad.
“Como se hacen pocas pruebas o solamente en casos obvios o no necesariamente a difuntos, hay muchos muertos que no se registran como fallecido por Covid-19. Esa es la principal razón de por qué la cifra es tan diferente entre el INEGI, otra fuente oficial”, comentó Laurianne Despeghel, consultora en economía y analista de datos.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía tiene una cifra del 44.8% superior . Aunque éste sólo abarca el periodo entre los meses de enero y agosto pasados, Despeghel calculó que, con base en esos datos de INEGI, habría más de 300,000 fallecimientos por COVID-19 en este momento.
Lejos de la estadística, en el día a día los chilangos o capitalinos lo viven así: “Todos los días le tengo que dar el pésame a alguien conocido”, afirma Rodrigo Salinas, un contador público que trabaja desde casa. “A un amigo, a mi primo, a mi vecino, a mi tía…”
¿Negligencia?
Betel Sánchez dejó de preguntarle a su padre sobre su equipo de trabajo porque sabía las respuestas. Se hicieron cada vez más repetitivas: “No me contesta fulano, murió sutano, ¿te acuerdas de mengano? Pues… murió de Covid”.
Soldadores, plomeros, albañiles, ayudantes generales, electricistas. Trabajadores de primera línea o proveedores de la empresa de mantenimiento de maquinaria para alimentos siguen muriendo. Los mensajes de Whats App aparecen sólo con una palomita (un check) en señal de que el mensaje se envió, pero nunca fue leído. “Es tanta gente que ha muerto entre conocidos que ya no tengo la cuenta”, dice Betel Sánchez.
La suma que sí lleva es sobre los familiares. A detalle, la muerte de dos tías y el caso de su prima Arantxa quien llevó el coronavirus al negocio de Betel Sánchez cuando ésta la invitó a trabajar un fin de semana sin saber que sería un foco de contagio. Aranztxa llegó a empacar fruta deshidratada, se sentó en la misma mesa donde estaba Betel, sus padres, hermanos, la cuñada, tías y sobrinos.
Era día de su cumpleaños 18 y después fue a comer. Fue, vino, comió, bebió y a los pocos días recibió una llamada del esposo de la psicóloga que Aratxa había visitado previamente. La doctora supo que estaba contagiada y aún así citó a varios pacientes. Después murió.
“Ella estuvo unos días enferma y lo superó; para mi familia fueron días en espera horribles pero no fuimos positivos al covid porque cuando estuvimos en contacto con mi prima usamos mascarilla y careta”.
El caos
El problema de contagiarse actualmente en la CDMX y la zona conurbada es la saturación de los hospitales, las funerarias y los hornos crematorios.
La Secretaría de Salud reconoce que hay un 88% de ocupación hospitalaria por coronavirus, y al menos 29 hospitales están al 100% de su capacidad por lo que las familias tienen que peregrinar en busca de un espacio mientras el presidente de la Asociación local de propietarios de funerarias, David Velez, denunció que el rebrote incrementó la demanda un 300%.
Los Salazar han padecido por este desorden. Ante la desesperación por atender a su padre que requería de oxígeno, optaron por internar a uno de ellos en el Hospital Ángeles, donde la factura mínima es de 25,000 dólares. No querían arriesgarse a buscar atención en un público: muchas familias pasan horas buscando un espacio para sus enfermos y muchos mueren en el intento.
Situación similar ocurre en los crematorios y cementerios. El presidente de la Asociación local de propietarios de funerarias, David Velez, denunció que este rebrote se incrementó la demanda un 300% igual que en los camposantos.
Ivette Salazar cuenta que, tras la muerte de su primo Enrique y de la madre de éste una semana después, fue muy difícil cremarlos a pesar de las inversiones que las funerarias han hecho. Grupo Gayosso, uno de los más importantes del país, comenta que aumentaron en 30% la compra de hornos para cremación, 35% las unidades de traslado y 25% el personal de atención en su call center.
“Tardaron cinco días en entregarnos las cenizas”, precisa Ivette todavía consternada. No puede creer que cualquier descuido termine en una situación tan triste. A Enrique tuvieron que ir a buscarlo a su casa porque no respondía el teléfono. Parecía que tenía solo tos y gripa y murió solo la madrugada del 16 de enero. El 24, siguió la madre.
Ella no supo que tenía Covid ni que Enrique se le adelantó en en el torbellino de la segunda ola de contagios en la CDMX que espera la vacuna que prometía mucho, pero que aún no llega y se pelea porque están escasas.
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