El amor ayuda a pareja a sobrellevar COVID y retraso de ‘green card’
No tenían ni dos meses de matrimonio cuando estalla la pandemia que puso a prueba muchas relaciones y retrasó trámites migratorios
Raúl Silva, un mexicano de cuna humilde, nunca imaginó que su vida se cruzaría con la de Jennifer Torres, una muchacha angelina, a quien conoció en un jaripeo en un pueblo de Michoacán, México.
Entre jinetes, toros, lazadores y espuelas los presentaron y se gustaron. Jamás pensaron que cuatro años después se casarían, y un mes y medio más tarde, estallaría una pandemia global que puso estrés a su relación y retrasó que Raúl se convierta en residente de Estados Unidos.
“Esperemos que en no más de tres meses, Raúl pueda tener finalmente la residencia en sus manos”, explica el abogado en migración Sergio Siderman quien lleva el caso migratorio.
La historia de amor de esta pareja binacional comenzó en 2016 cuando en noviembre de ese año, Jennifer emprendió un viaje a Michoacán, México para visitar a su abuela a la que no había visto en 10 años. Ella nació en Northridge, un barrio de la ciudad de Los Ángeles. Su padre es mexicano y su madre salvadoreña.
“Yo me tomé como un mes de vacaciones para ir al pueblo de mi padre, Jamaica, Michoacán. Fue el 12 de diciembre cuando un tío me invitó al jaripeo. Yo no quería ir porque no tenía ropa que ponerme, pero me convenció y nos fuimos. En el jaripeo me encontré con un primo que me presentó a Raúl”.
Y si, Jennifer reconoce que Raúl le llamó la atención. Durante el espectáculo charro-taurino, los dos platicaron y hasta se dieron los números de teléfono.
“Días después, él me mandó un mensaje para ver si iba a ir a una boda que habría en el pueblo. Le dije que sí y ahí pudimos platicar y conocernos más”.
La pareja se siguió viendo unos días más hasta que llegó el 26 de diciembre cuando Jennifer tenía que regresar a Los Ángeles. “Yo pensé que era de la capital, la Ciudad de México o de otra parte del país, pero nunca que vivía en Los Ángeles”, cuenta Raúl.
A pesar de la distancia, la pareja mantuvo la comunicación a través de las redes sociales. Meses después, en abril de 2017, Jennifer regresó a México, y ya para entonces se habían hecho novios por la vía online.
“Yo estuve yendo y viniendo a México, pero decidí irme a vivir allá por algunos meses para ver si la relación tenía futuro y conocer mejor a Raúl”, dice Jennifer.
Recuerda que antes de vivir juntos, fue difícil sostener la relación cuando iba de visita, porque el pueblo mantiene costumbres muy conservadoras, y no es bien visto que una mujer salga con un hombre sin estar comprometidos o casados.
“Siempre platicábamos en una roca afuera de la casa de mi abuelita. No nos podíamos ni agarrar la mano”, dice.
En el pueblo le dieron muy buenas referencias de Raúl y eso le dio confianza. “En un pueblo todo se sabe, y ahí me confirmaron que no tenía otra pareja y que era buen muchacho”.
Su madre viajó a México a conocerlo; y el 24 de diciembre de 2017, casi un año después de conocerse, Raúl le propuso matrimonio.
“El 25 de marzo de 2018 solicité una visa de prometido (K1) para Raúl; y el 23 de noviembre de 2019 tuvimos una entrevista en el Consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez. Ese mismo día Raúl entró legalmente al país”, recuerda Jennifer.
Raúl dice que él no lo podía creer. Nunca antes había venido a Estados Unidos ni tenía planes. Trabajaba en la construcción, y siempre pensó que allá se casaría y viviría por el resto de su vida hasta que apareció Jennifer.
“Me enamoré de Raúl porque nunca había conocido a nadie como él. Era diferente a todos los hombres, cariñoso, muy amable y respetuoso”, comparte Jennifer. Raúl dice que le conquistó de Jennifer, que a ella no le importara que él era un hombre sencillo, sin recursos económicos. “Se enamoró de quien soy, no de lo que tengo”.
El 18 de enero de 2020 se casaron en Granada Hills, un barrio de la ciudad de Los Ángeles. El 9 de febrero, Jennifer presentó una solicitud de residencia (I-485) y un permiso de trabajo para Raúl.
Poco menos de un mes después, el 4 de marzo, el gobernador de California, Gavin Newsom declaró el estado de emergencia por COVID.
“Ha sido difícil. Yo me enfermé de COVID”, dice Jennifer; y todos los planes que tenía para enseñarle su Ciudad a su esposo, no los ha podido llevar a cabo por la cuarentena y todas las medidas de restricción sanitaria.
“No ha habido oportunidad de llevarlo a conocer”, dice. La pareja apenas hace 4 meses se mudó a su propio departamento en North Hollywood, otro barrio angelino, ya que durante casi todo el año vivieron con su madre.
A la vez la pandemia ha retrasado la residencia y el permiso de trabajo de Raúl.
“Él se desespera, pero yo le digo que con calma, todo se va a dar. COVID es algo que nadie esperábamos”, dice Jennifer.
Aunque Raúl reconoce que a veces se siente preocupado por no trabajar y le ha costado acostumbrarse a la cultura del país, al mismo tiempo está feliz y emocionado de estar con Jennifer. “Ya no nos tenemos que separar. Ahora sí que hasta que la muerte nos separe”.
Jenniffer confiesa que sus sueños inmediatos son lograr la residencia y el permiso de trabajo para Raúl, y después tener al menos un hijo.
“La residencia se ha tardado, pero estamos sanos y eso es lo que cuenta”.
Por fortuna, dice que el permiso para entrar al país se los dieron antes de la pandemia y eso hizo una gran diferencia. “Hubiera sido muy difícil vivir esta crisis, separados, sin poder vernos”.
Retrasos por la pandemia
El abogado Siderman quien ha llevado el caso de Jennifer y Raúl, atribuyó la demora de la residencia y el permiso de trabajo a que la pandemia comenzó poco después de que presentaron la petición, pero también a que migración les pidió más evidencias para probar que el matrimonio no era fraude y querían más pruebas de solvencia económica.
“Durante esta pandemia, un caso que normalmente se toma un año, ahora se lleva dos años, lo digo solo por poner un ejemplo, pero hay un gran rezago en los trámites migratorios porque no había muchos empleados trabajando y cerraron oficinas”.
Las evidencias que usualmente ayudan a una pareja a probar que el matrimonio no es un fraude son cuentas bancarias en común, contratos de renta con el nombre de los dos y fotografías de la boda.
“Jennifer pudo probar que tenía suficientes ingresos para patrocinar a Raúl”, precisa el abogado.
En general indica que cuando se trata de una pareja que patrocina a la otra, se tiene que demostrar que él o ella ganan $22,000 como mínimo al año. ‘Todo depende también de dónde vivan”, indica.
Basado en que el mes pasado, Raúl presentó sus exámenes biométricos para revisar sus antecedentes penales, el abogado estima que en dos o tres meses, será residente de EE.UU. y recibirá su permiso de trabajo.
En Los Ángeles, Jennifer es dueña de una compañía de limpieza. Tiene 29 años. Raúl anda en los 33 años y dice que le gustaría trabajar en la construcción.