Beirut: el abismo al que se asoma Líbano un año después de la trágica explosión en el puerto de su capital
El país se acerca a un colapso económico, con sus ciudadanos enfrentando escasez de comida y medicamentos. Los líderes políticos han sido incapaces de conseguir una solución.
Un año después de la explosión que sacudió Beirut, Líbano se acerca al colapso económico.
Las protestas se han intensificado en las calles mientras el país se encuentra inmerso en una de las peores crisis financieras del mundo en más de un siglo.
Los ciudadanos se enfrentan a escasez de medicamentos y gasolina, mientras que los cortes de energía amenazan con desestabilizar aún más al pequeño país de Medio Oriente.
“Nadie encuentra medicinas. La gente necesita medicinas”, grita un hombre desesperadamente en una protesta espontánea.
En los hospitales, la situación es de desaliento y se han quedado sin los medicamentos necesarios para tratar patologías como el cáncer y las enfermedades cardíacas.
En un video difundido por la BBC, las enfermeras en los hospitales muestran los armarios de medicinas vacíos.
En julio, la asociación que representa a las empresas libanesas que importan medicamentos, advirtió sobre una escasez potencialmente desastrosa, a medida que la ya frágil economía de país cae en picado.
Su moneda, la libra libanesa, se ha derrumbado, perdiendo alrededor del 85% de su valor.
Los precios de los alimentos básicos han aumentado rápidamente y los supermercados han sido escenario de peleas y rencillas entre los compradores.
El Banco Mundial asegura que el país, con poco más de seis millones de habitantes, podría enfrentarse a una de las peores crisis financieras desde mediados del siglo XIX.
El precio de la gasolina importada se ha disparado, y en las estaciones de servicio los carros forman largas filas de horas de duración.
La escasez de combustible ha aumentado la demanda de energía, ya que muchas personas dependen de generadores privados como consecuencia de los ya regulares cortes eléctricos.
El mes pasado, las dos centrales eléctricas más grandes de Líbano (que juntas proporcionan más de 40% de la electricidad del país) cerraron por la falta de combustible y las deudas sin pagar.
La frustración se ha hecho sentir en las calles.
Lo que antes era duelo por la megaexplosión, que dejó cientos de muertos y miles de heridos, ahora es rabia contra una élite política acusada de corrupción y negligencia que no hizo lo suficiente para prevenir el desastre.
“Solía estar molesto, pero ahora lo estoy mucho más”, expresa Serge Maacaron, uno de los sobrevivientes.
“Todo se vino abajo”
El 4 de agosto de 2020 a las 18:08 hora local, dos explosiones sacudieron el puerto de la capital libanesa.
La primera lanzó una nube de color rojo oscuro con pequeños destellos parecidos a fuegos artificiales.
La segunda fue mucho más poderosa y fue una de las explosiones no nucleares más grandes jamás registradas en la historia.
La ola expansiva se sintió en toda la ciudad y ocasionó daños importantes en edificios incluso a kilómetros de distancia del puerto
La ola llegó hasta la isla de Chipre, a más de 200 kilómetros de distancia.
Hubo más de 200 muertos y 6.000 heridos.
“Todo a nuestro alrededor estaba en ruinas. La gente gritaba, había sangre por doquier”, relata Mellisa Tawil, otra sobreviviente, a la BBC
“Todo se vino abajo. Había edificios derrumbados”.
La causa fue la explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas incorrectamente en el puerto.
La ciudad quedó sumida en el caos y fue declarada zona de desastre.
Los hospitales colapsaron y tuvieron que atender a pacientes en medio de las calles.
El material era transportado en un barco de carga que viajaba de Georgia a Mozambique, pero tras problemas técnicos fue llevado de emergencia a Beirut.
Allí, las autoridades libanesas retuvieron el barco por no pagar las tasas portuarias correspondientes y confiscaron la mercancía.
La explosión desencadenó protestas en contra del gobierno casi inmediatamente, que ya estaba en dificultades tratando de mantener a flote a la economía de la nación.
El gobierno libanés dimitió a los pocos días en medio de la creciente indignación.
Crisis política y caída de la economía
Antes de la explosión, ya el país atravesaba por una severa crisis económica.
Líbano, un pequeño país de Medio Oriente ubicado entre Israel y Siria, ha vivido los estragos de diferentes conflictos durante varios años, incluyendo una guerra civil que culminó en 1990.
También ha acarreado con las consecuencias de los conflictos internos de sus países vecinos.
En 2019, la economía ya daba señales de colapso.
Incluso antes de la pandemia de coronavirus, el país pasaba por una crisis financiera e hiperinflación que empujó a miles de personas a la pobreza.
Su deuda interna con respecto al Producto Interno Bruto (lo que debe un país en comparación con lo que produce su economía) fue la tercera más alta del mundo.
El desempleo se situaba en el 25% y casi un tercio de la población vivía por debajo del umbral de pobreza.
En octubre de 2019, Líbano vivió una ola de protestas en contra del sistema sectario de distribución del poder que ha regido en el país durante décadas y que otorga cuotas a las distintas comunidades religiosas del país.
Para muchos, este sistema sectario es la causa de los problemas de Líbano.
Líbano reconoce oficialmente a 18 comunidades religiosas: cuatro musulmanas, 12 cristianas, la secta drusa y el judaísmo.
Las tres principales instituciones políticas -el presidente, el presidente del Parlamento y el primer ministro- se dividen entre las tres comunidades más grandes (cristiana maronita, musulmana chiita y musulmana sunita, respectivamente).
Desde el final de la guerra civil, los líderes políticos de cada secta han mantenido su poder e influencia a través de un sistema de redes de influencia, protegiendo los intereses de las comunidades religiosas que representan y ofreciendo incentivos financieros, tanto legales como ilegales.
Este sistema ha impedido que se establezca en el país un Estado central eficaz, ya que los líderes de los distintos grupos sectarios actúan más en función de sus agendas parciales y de sus propios intereses.
Las protestas de 2019 llevaron a renunciar al primer ministro Saad Hariri.
“El sistema no ha tenido una estrategia económica ni fiscal por décadas. Nos han llevado sistemática y estructuralmente hasta este punto”, dijo Aline, una de las manifestantes, a la BBC.
Las críticas cayeron sobre el nuevo primer ministro, Hassan Diab, quien dimitió junto con todo el gobierno días después de la explosión.
“Los mecanismos de corrupción son más grandes que el Estado”, dijo Diab durante su discurso de renuncia.
“Hoy respondemos al deseo de los ciudadanos de exigir transparencia a quienes han sido responsables del desastre que ha estado oculto durante siete años y a su deseo de un cambio real”, expresó el mandatario.
Desde entonces, el Líbano ha estado en una encrucijada política de la que no ha podido salir ante la imposibilidad de sus líderes de formar un nuevo gobierno.
“Todo el país está en peligro, todo el país es el Titanic”, dijo el presidente del Parlamento, Nabih Berri, el marzo pasado.
“Si el barco se hunde, no quedará nadie”.
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