Científicos explican por qué anhelamos alimentos crujientes
No solo es el sabor y el aroma, el sonido también puede influir en la forma en que saboreamos la comida; muchas personas anhelan la comida crujiente, no es casualidad que fabricantes de bocadillos se esmeren en hacerlos ruidosos
Para muchas personas resulta placentero comer alimentos que tengan una textura crujiente. Si bien es una característica que no proporciona algún sabor, es una experiencia que suele anhelarse y hay una razón para ello.
Así como el olfato puede influir en la forma que saboreamos los alimentos, el sonido también lo hace.
La música de la masticación
El sonido que se produce al comer alimentos crujientes se trata de un acompañamiento auditivo del estímulo sensorial de comer. La “música de la masticación”, como lo llama el investigador del olfato y el gusto, Alan Hirsch a través de Mental Floss.
El ruido viaja al oído interno a través de la conducción aérea y ósea y nos ayuda a identificar qué es lo que estamos consumiendo. Este ruido puede llegar a alcanzar 63 decibeles, el volumen de una conversación (60 dB).
Cuando masticamos, las áreas del sistema auditivo cortical y límbico del cerebro se iluminan, obteniendo información sobre frescura y textura.
El sonido es un atractivo de los alimentos crujientes. También suele relacionarse al sonido con la frescura, no solo en los productos fritos, sino en alimentos saludables y nutritivos como las manzanas.
El ruido aumenta la concentración en lo que comes y puede hacerte comer más
Con el ruido que provoca comer los alimentos crujientes, estos productos llevan a una mayor concentración mientras se mastican.
Cuando escuchamos ruido al masticar también es posible que comamos más. Debido a que el ruido refuerza nuestra idea de lo que estamos comiendo, nos brinda una sensación de seguridad, como cuando no puedes ver lo que comes, por ejemplo en el cine.
“Se vuelve más importante (el ruido) cuando no puedes ver lo que estás comiendo”, dice Charles Spence, profesor de psicología experimental de la Universidad de Oxford.
No es de sorprender que las marcas de bocadillos se esfuercen por fabricar productos crujientes y hacer evidente esta característica en su publicidad.
En 2008, Spence y Max Zampini publicaron su estudio ganador del premio Ig Nobel sobre “chip sónico”, en el que 20 voluntarios juzgaron la frescura de 180 Pringles.
Los participantes probaron las papas frente a un micrófono. El sonido de sus crujidos se volvió a conectar a un par de auriculares. Spence jugó con el volumen de sus ruidos, subiéndolo y bajándolo sin que ellos supieran.
Resultó que hacer que el crujido fuera más fuerte dio como resultado que los participantes percibieran que el chip era alrededor de un 15% más crujiente y fresco que si se reprodujeran sonidos más bajos.
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