La carrera de un invidente mexicano migrante en EE.UU.
Martín Fuentes, un mexicano migrante invidente, mostró su fortaleza y se preparó durante más de dos meses para participar en una carrera de 5 kilómetros en la ciudad de Atlanta, Estados Unidos
MÉXICO.- Después de 38 minutos de carrera para alcanzar la meta de cinco kilómetros, Martín Fuentes cayó de rodillas. No fue un acto premeditado, sino un homenaje a la vida que se manifestó natural, en cuanto cruzó la meta a fuerza de voluntad.
¡A pesar de estar ciego!
Era un sábado cualquiera de abril. Día 9 de 2022. No había nada que conmemorar, sino una competencia organizada por Radio Mojarra, una estación de radio dirigida a migrantes en Estados Unidos como pretexto para convivir. Un ejercicio para superar retos.
Con ese llamado se reunieron 50 competidores. Todos en perfectas condiciones, excepto Martín Fuentes, quien perdió gradualmente la visión desde 2015 hasta quedarse totalmente invidente a sus 52 años y en un país donde no nació.
Los médicos fueron tajantes con el diagnóstico: retinitis pigmentosa agresiva, una enfermedad hereditaria, degenerativa y poco común. En su caso, saltó de la abuela materna hasta la generación de nietos. Afectó a él y a su hermana mayor que vive en México.
En dos años evolucionó al extremo. Al principio solo tenía deficiencia en la visión lateral. Constantemente chocaba con objetos y gente que no veía a los costados. Luego se cerró el campo de visión hasta la ceguera con la que acudió a la carrera en la ciudad de Atlanta.
Llegó a la competencia agudo con el resto de sus sentidos. Todo olfato, todo oídos, gusto y tacto como aliados. Lo acompañó un amigo a quien se ató con un lazo y dio tres instrucciones.
1. Si me voy a salir del camino, ¡jálame con la cuerda!
2. Si hay un peligro con el que pudiera tropezar(rocas, yerba, lodo, etcétera), ¡aprieta mi mano!
3. Si hay que cruzar un puente, ¡ponte a mis espaldas!
Martín Fuentes se preparó durante más de dos meses. Nunca había sido corredor, empezó de cero. El hijo de 17 años le programó una banda del gimnasio y el padre se puso a trotar.
Tuvo cuatro caídas al intentar soltar los agarres laterales de la máquina. De cada una se levantó con más ánimo que miedo.
A la par empezó una dieta para bajar de peso. Hacía únicamente dos comidas por día con mucha fruta y verduras que le dieron la ligereza para cruzar el umbral de sus propios límites.
Aquel día de la carrera, bajo el cielo encapotado de su triunfo, supo que la tierra lo besaba para corresponder a sus rodillas hincadas tras la meta. Y lo supo porque ¡el suelo estaba tibio a pesar del mal clima, de la lluvia y el frío!
“Son otras cosas las que vemos los ciegos”, cuenta Martín Fuentes en entrevista con este diario, lejos de México.
La migración
Martín Fuentes emigró a Estados Unidos para reunir dinero y comprarse un coche. Tenía 19 años. Cambiar de aires de la Ciudad de México, donde nació, le pareció divertido a principios de la década de los 90.
Eran tiempos de oleadas migratorias, cuando la población latina creció un 58%, según el censo: de 22.4 millones a 35.6 millones.
Se encaminó hacia Georgia, donde vivía un tío. Como muchos mexicanos, trabajó en restaurantes. La familia quería que se metiera en el mundo de la construcción pero a él le pareció muy duro.
Su experiencia laboral previa a la migración había sido de escritorio en una empresa de café a la que llegó por recomendación. Ahí leía los periódicos para buscar información del mercado, los precios, la competencia y los cambios legales. En Atlanta buscaba algo similar, una labor de oficinista.
Su oportunidad se presentó cuando el cónsul Teodoro Maus lo invitó a ser el enlace con la comunidad migrante. “Lo conocí pidiendo apoyos para el equipo de futbol y le gustaron los eventos que ayudaba a organizar”.
Estuvo en esa actividad durante 11 años, aunque su contrato decía “chofer”.
En ese tiempo tuvo una visa de trabajo, se casó con una colombiana, tuvo dos hijos: el niño que hoy tiene 17 años y una nena que cumplió 13. Después encontró trabajo en un banco, pero la enfermedad lo empujó a renunciar. Por suerte había contratado un seguro de vida y discapacidad por si algún día se complicaba.
Fighting Blindness
El pequeño banco era un proyecto excitante. “Fuimos uno de los primeros en el estado que abría cuentas con cualquier ID” independientemente de la condición migratoria, recuerda Martín Fuentes.
En el banco era gerente de ventas y muchas veces atendía a gente. En esos quehaceres descubrió que estaba perdiendo la visibilidad porque chocaba con los clientes.
Cuando los médicos le confirmaron que quedaría ciego, los ejecutivos le aconsejaron buscar otro tipo de trabajo. A su casa llegaron cartas de abogados ofreciendo ayuda de todo tipo.
Así se enteró que podía reclamar a la aseguradora y que había muchos programas para la transición hacia la invidencia como aquel que llamaban “Orientación y movilidad”. A su casa iba una mujer ciega de nacimiento dos veces por semana durante una hora.
Con ella aprendió a mover los muebles para evitar golpes, a usar calcomanías con textura para identificar objetos como la estufa, la lavadora, el tostador, la televisión…
El reto mayor fue salir a la calle. Enfrentar al mundo de otra manera. Le costó varias caídas, pero aprendió a amarlo y a conversar con la vida en otros códigos. “Constantemente envía mensajes en forma de presentimientos y no lo vemos aunque tengamos el sentido de la vista”.
El cónsul que lo ayudó décadas atrás le dio empleo en una estación de radio altruista para la comunidad migrante. Se cerró tras la muerte del diplomático, pero dejó la inquietud de locución en Martín y hoy es colaborador de una estación local.
Paralelamente adquirió otra afición: los viajes. Desde que se hizo ciudadano a través de su esposa en 2017 ha estado en Haití, Jamaica, Cozumel y la Ciudad de México, su ciudad natal. Volvió a tomar microbuses y se desplazó con su bastón entre el tráfico y la muchedumbre.
“Aunque no veo, la naturaleza me muestra sus otros lenguajes, la escucho, la siento la camino…”.
Pronto estará en el fin del mundo. Literalmente. En Ushuaia, la Tierra del Fuego, por la escarpada colina que rodea los montes Martial. Presiente que cuando esté frente a ellos, describirá a su mujer el paisaje y ella le dirá: “Mire, mi amor, no me engañe, ¿no que usted está ciego?”
“Soy un invidente mexicano en EE.UU.”
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