“Presidenta secreta”: Edith Wilson, la primera dama que durante casi dos años controló el gobierno de EE.UU.
Entre 1919 y 1921, tras una grave enfermedad del presidente Woodrow Wilson, su esposa Edith tomó las riendas de la Casa Blanca
Un siglo antes de que Hillary Clinton y Kamala Harris intentaran fallidamente convertirse en las primeras mujeres en ser electas a la presidencia de Estados Unidos, hubo una mujer que logró controlar la Casa Blanca durante casi dos años.
Se llamaba Edith Bolling Galt Wilson, aunque la historia la bautizó con el apodo de “presidenta secreta”.
Edith no llegó hasta allí gracias a una elección popular, ni fue designada por el Congreso, ni ocupaba ningún cargo que oficialmente la dotara de poder real. De hecho, probablemente su actuación en la Casa Blanca constituyó una violación de la Constitución estadounidense.
Su poder derivaba de una carambola del destino o, si se permite la cursilería, de un designio del amor.
Y es que ella era la segunda esposa del presidente Woodrow Wilson, quien el 2 de octubre de 1919 sufrió un accidente cerebrovascular (ACV) masivo que lo dejó parcialmente paralizado y que, aunque no dañó su capacidad intelectual, sí tuvo efectos sobre su equilibrio mental y emocional.
Según médicos que han reconstruido la historia médica de Wilson a posteriori, este era el cuarto episodio de este tipo que sufría el mandatario, quien entonces tenía 63 años.
“Wilson tenía dificultades para firmar con su propio nombre, estaba postrado en su cama y necesitaba ayuda con las actividades de la vida diaria, incluida la alimentación”, cuenta un artículo publicado en 2015 en el Journal of Neurosurgery por los doctores Richard P. Menger, Christopher M. Storey y otros médicos.
Aunque con el tiempo superó los efectos más graves del ACV, Wilson no logró una recuperación que la permitiera volver a ejercer la presidencia de forma cabal.
Así, la Casa Blanca y el destino de Estados Unidos quedaron en manos de su esposa Edith, quien durante los 17 meses restantes del mandato ejerció como “presidenta secreta”.
¿Cómo fue esto posible?
De primera dama a “administradora” de la Casa Blanca
Wilson no gozaba de una salud particularmente robusta y durante los meses previos al ACV había estado recorriendo el país en tren en una campaña a favor de la entrada de Estados Unidos en la Liga de las Naciones, una organización promovida por él durante las negociaciones del Tratado de Versalles como un mecanismo de resolución pacífica de conflictos en el ámbito internacional.
Esta campaña implicaba un esfuerzo político titánico, pues ambas cámaras del Congreso estaban controladas por un Partido Republicano que favorecía el aislacionismo, así como una gran fortaleza física por parte de Wilson.
El presidente colapsó durante una visita a la localidad de Pueblo (Colorado) a fines de septiembre de 1919 y tuvo que regresar exhausto a la Casa Blanca, donde días más tarde sufrió el ACV.
Inmediatamente, Wilson quedó bajo los cuidados de su médico, el doctor Cary Grayson, quien organizó un equipo multidisciplinario que lo atendió con la mayor discreción.
“La información al público fue extremadamente limitada. Sólo se emitieron comunicados generales del gobierno y, en esencia, nadie pudo ver al presidente. La gravedad del derrame cerebral se mantuvo en secreto ante el propio Wilson, su gabinete, el Congreso y el pueblo estadounidense“, apuntan Menger y Storey en su artículo.
Cuatro días después del ACV hubo una reunión del gabinete en la que el secretario de Estado, Robert Lansing, habló sobre invocar el artículo II de la Constitución, que establece que el vicepresidente debe sustituir al mandatario cuando este no puede cumplir con las funciones de su cargo.
Pero Grayson, quien se negaba a reconocer o a firmar ninguna declaración que estableciera que Wilson estaba incapacitado, respondió diciendo que “la mente del presidente no solamente está clara sino muy activa” y que “él claramente mostró que estaba muy molesto cuando descubrió que el gabinete había sido convocado y que quería saber bajo cuál autoridad y con qué propósito había sido convocada la reunión”.
Esta respuesta, al parecer, aplacó cualquier intento de sucesión forzada de Wilson quien, por otra parte, nunca se planteó renunciar.
¿Y cómo afectó todo esto a Edith?
“Según ella contó, los doctores le dijeron que Wilson moriría si se encargaba de las tareas que le correspondían como presidente como tomar decisiones difíciles y lidiar con el estrés”, dice Rebecca Roberts, autora del libro “Untold Power, a biography of Edith Bolling Galt Wilson” (Poder no revelado, una biografía de Edith Bolling Galt Wilson).
“Pero que tampoco podía renunciar porque en ese momento él estaba viviendo para ver la ratificación del Tratado de Versalles y ver su sueño de la Liga de Naciones hecho realidad, por lo que si renunciaba perdería toda motivación para mejorar”.
“Y entonces la única forma en que Edith podía ayudarlo era haciendo el trabajo de él hasta que él estuviera lo suficientemente bien como para hacerlo él mismo, lo cual es, por supuesto, una locura. Nadie eligió a Edith para ningún cargo, pero en su mente, era su única opción“, agrega.
Así fue cómo, a partir de entonces, Edith se convirtió en la “administradora” informal de la Casa Blanca.
Tomando las riendas del país
Tras el inicio de la convalecencia de Wilson, Edith se convirtió en su único contacto con el mundo.
Cualquier consulta o iniciativa que quisiera someterse a consideración del presidente debía ser transmitida a ella, quien decidiría por si sola si era o no conveniente que él se hiciera cargo del asunto.
En caso positivo, ella lo hablaría en privado con Wilson y luego informaría acerca de su supuesta respuesta.
“Durante meses, si había alguien actuaba como el Poder Ejecutivo era Edith Wilson. Ella era la que se reunía con los miembros del gabinete, la que emitía las declaraciones públicas, la que revisaba la legislación. Ella también decidía quién podía ver al presidente: casi nadie”, comenta Roberts.
“Además, le mintió a todo el mundo: mintió a la prensa, al público, al Congreso, al gabinete. Le mintió al propio presidente, quien nunca supo verdaderamente lo enfermo que estaba”, añade.
Pronto, empezaron a circular rumores sobre lo que ocurría en la Casa Blanca, alimentados especialmente por el hecho de que Wilson no había sido visto en público durante seis meses: entre octubre de 1919 y abril de 1920.
“Hubo voces de oposición, especialmente en el Senado, que cuestionaban el hecho de que Wilson no apareciera en público. Albert Hall, un senador de Nuevo México, se puso de pie en el pleno del Senado y dijo que la señora Wilson actuaba como presidenta interina y que el país tenía un gobierno de faldas”, cuenta Roberts.
“También hubo artículos en la prensa, pero curiosamente no todos eran críticos. Algunos apuntaban que la señora Wilson estaba actuando como presidenta y que eso era maravilloso. Decían: ¡Qué esposa tan devota!”, completa.
“Mantener la situación en marcha”
A pesar de la posible usurpación de funciones, no parecía que Edith hubiera tomado decisiones que no hubiesen procedido directamente de Wilson o que, al menos, no estuvieran en consonancia con su pensamiento.
“No creo que ella haya hecho nada diferente de lo que él hubiera hecho. Ella conocía muy bien su mente. Su objetivo era simplemente mantener la situación en marcha hasta que él estuviera lo suficientemente mejor como para tomar el control por sí mismo. Así que ella no impulsó ninguna agenda secreta que él no hubiera aprobado”, dice Roberts.
Eso no quiere decir que Edith no tuviera ideas propias y claras o que no tuviera interés en la política. Todo lo contrario. De hecho, la política fue uno de los elementos que ayudó a crear un vínculo inicial entre ellos.
Edith y Wilson se conocieron pocos meses después de la muerte de la primera esposa del mandatario, Ellen, con quien había estado casado durante 30 años.
Para Wilson fue amor a primera vista.
A las pocas semanas, ya le estaba enviando efusivas cartas de amor a Edith, quien entonces era una viuda adinerada 16 años más joven que él.
“Las cartas de ambos eran interesantes. Las de él porque, pese a que cultivaba esa imagen pública de ser intelectualmente superior, que veía el mundo en términos de blanco y negro, de ser una persona moral y fría, sus cartas son totalmente apasionadas y románticas”, cuenta Roberts.
“Las de ella son interesantes por la razón opuesta: no son para nada románticas. Por ejemplo, él le pidió matrimonio cinco semanas después de conocerse. Y ella lo rechazó diciéndole que aún no lo conocía muy bien.
“Al día siguiente, él le escribió una carta de amor un poco exagerada y ella le respondió diciendo: ‘Bueno, eso fue agradable. Pero, ¿sabes qué? La última carta que escribiste a los alemanes sobre el hundimiento del Lusitania [un transatlántico británico que transportaba más de 1.000 pasajeros] no fue realmente tu mejor trabajo. Y realmente creo que deberías pedirme que corrija esas cosas en el futuro porque no fue lo suficientemente buena'”, apunta.
Roberts sostiene que aunque Edith siempre decía que no tenía nada que ver con la política, eso es falso.
“Si lees las cartas que intercambiaba con Wilson, queda muy claro que ella sentía mucha curiosidad por la política y que tenía buenos instintos políticos. Él le escribía cartas de amor sobre lo hermosa que era y cómo quería besarle los párpados, etc. Y ella le respondía diciendo: ‘Quiero hablar contigo sobre el secretario de Estado. ¿Crees que va a dimitir por la I Guerra Mundial? ¿Y quién crees que debería ocupar su lugar?’. A lo largo de su noviazgo, ella demostró que era muy sofisticada políticamente”, afirma la escritora.
Fue de esta forma, según Roberts, que Wilson descubrió que el camino hacia el corazón de Edith pasaba por la política.
Así, cuando ya tenían unos dos meses de noviazgo, Wilson empezó a enviar sus efusivas cartas de amor acompañadas con grandes paquetes en los que incluía proyectos legislativos, borradores de declaraciones que estaba preparando y correspondencia diplomática para que ella los leyera.
“Él incluso le enseñó su clave para descifrar mensajes confidenciales para que ella pudiera leerlos. No importaba si los documentos eran políticamente sensibles o tenían ramificaciones de seguridad. Wilson simplemente los metía en un sobre y hacía que un mensajero los enviara a la casa de Edith, que estaba a un par de millas de la Casa Blanca”, cuenta Roberts.
En ese proceso, Edith se convirtió en confidente de Wilson y aprendió a comprender su pensamiento.
“Empezando por su noviazgo, pero sin duda durante 1916, 1917 y 1918, ella se fue compenetrando cada vez más con su administración, sus prioridades políticas. Así, cuando él enfermó en 1919, ella realmente sabía todo lo que estaba pasando y lo que él sentía al respecto”, dice Roberts.
Una vez casados, Edith acompañó a Wilson constantemente en sus actividades oficiales y, sobre todo, estuvo a su lado durante los seis meses que el mandatario estadounidense estuvo en Europa negociando el Tratado de Versalles.
De hecho, fue la primera primera dama de EE.UU. en viajar fuera país.
“Ella estuvo en todos los lugares a los que fue Wilson: en el palacio de Buckingham, junto a la familia real británica; en Roma, recibiendo las llaves de la ciudad; y en todas las cenas formales que rodearon las negociaciones del Tratado de Versalles. Y, de hecho, aparece en todas esas fotografías, incluyendo las de la firma del Tratado”, apunta Roberts.
“Ahora pensamos que la diplomacia internacional es una parte muy importante del trabajo de una primera dama, que es considerada como un sustituto del presidente para los grandes eventos ceremoniales en el extranjero, pero nadie lo había hecho antes que ella”, añade.
“La mayoría de la gente no conocía a la primera dama fuera de Washington y, mucho menos, fuera de Estados Unidos. Y por eso, con su sola presencia, su aparición en todas esas fotografías y su protagonismo en todas esas noticias, ella elevó el papel de la primera dama a un nivel internacional”.
Los errores y el legado
En sus esfuerzos por proteger a su marido a través de la “administración” de la Casa Blanca, Edith contó con el apoyo del doctor Grayson y con la del secretario privado de Wilson, Joseph Tumulty.
Sin embargo, sus esfuerzos por evitarle disgustos y mantenerlo feliz pueden haberlo inducido a tomar decisiones equivocadas.
“Como ella no fue franca con él sobre lo enfermo que estaba o sobre sus propias perspectivas políticas, no le dejó saber que la nación se había vuelto en su contra y que los estadounidenses estaban muy cansados por los sacrificios que se les exigieron durante la I Guerra Mundial”, dice Roberts.
“Los ciudadanos no tenían ningún interés en las luchas políticas internas que se estaban produciendo sobre la ratificación del Tratado de Versalles y lo que querían era el regreso a la normalidad”.
Según Roberts, “como Wilson no recibía ninguna mala noticia, pensaba que el país lo amaba y que los ciudadanos apoyaban 100% a la Liga de las Naciones. Y por eso consideró incluso postularse para un tercer mandato, lo que era absurdo porque nunca habría sobrevivido a la campaña y, si hubiera sobrevivido, nunca habría ganado”.
“También dudó en alentar a los demócratas más fuertes a que se presentaran a las elecciones presidenciales de 1920. Y así, cuando el republicano Warren Harding fue elegido con una mayoría aplastante, el único votante estadounidense que se sorprendió fue Woodrow Wilson, porque nadie le había advertido”, completa.
Esta situación también pudieron haber contribuido los esfuerzos fallidos para lograr que Estados Unidos se uniera a la Liga de las Naciones, pues hubo senadores demócratas que querían votar a favor de una resolución para ratificar -con reservas- el Tratado de Versalles, pero Wilson se mostró inflexible en exigir que se confirmara en su totalidad, lo que a la postre llevó a su rechazo.
Cabe entonces la pregunta de si Wilson habría mantenido esa misma inflexibilidad si hubiese sabido que los ciudadanos no lo apoyaban plenamente como creía en sus esfuerzos por ratificar ese acuerdo.
Wilson y Edith abandonaron la Casa Blanca en 1921 y se mudaron a una vivienda en Washington que ella había mandado a acondicionar especialmente para las necesidades de su esposo incapacitado.
Una vez que él murió, en 1924, ella siguió viviendo en esa casa hasta su muerte, ocurrida 37 años más tarde. En ese lapso, no hizo modificaciones en la edificación, sabiendo que al final la donaría para que se convirtiera en el museo que es hoy.
Y es que en los años que sobrevivió a Wilson, Edith se dedicó a preservar su memoria.
“Cada vez que alguien inauguraba una estatua en su honor o bautizaba una estación de tren con su nombre o lo que fuera, ella aparecía”, afirma Roberts.
“Como sabes, esa imagen de Wilson como un visionario de la paz mundial era en gran medida un mito creado por ella. Ella se aseguró de que esa fuera la historia que se contara sobre él”.
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