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Una guerra contra el pueblo… estadounidense

Trump, utilizando un lenguaje de guerr, vuelve a desplegar tropas en una ciudad estadounidense gobernada por los demócratas, ahora en Portland

En Estados Unidos se militariza para supuestamente reestablecer “ley y el orden”.

En Estados Unidos se militariza para supuestamente reestablecer “ley y el orden”. Crédito: Jenny Kane | AP

Este sábado pasado, en su red social Truth Social, el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, escribió lo siguiente: “A petición de la Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, ordeno al Secretario de Guerra, Pete Hegseth, que proporcione todas las tropas necesarias para proteger la ciudad de Portland, devastada por la guerra, y cualquiera de nuestras instalaciones del ICE que se encuentren sitiadas por ataques de Antifa y otros terroristas nacionales. También autorizo el uso de la fuerza total, si fuera necesario. ¡Gracias por su atención a este asunto!”.

De esta manera, Trump—utilizando un lenguaje de guerra—vuelve a desplegar tropas en una ciudad estadounidense gobernada por los demócratas. Este es el cuarto despliegue que ordena el mandatario en lo que va de su segundo mandato, tras lo sucedido en Los Ángeles, Washington DC y Memphis, a través del cual aumenta visiblemente la presencia no convencional de militares y de fuerzas de agencias federales en las calles de su país.

Este anuncio se da en el marco de un fin de semana francamente violento en Estados Unidos, durante el cual se registraron tiroteos masivos como el de una iglesia mormona en Michigan, un bar costero en Carolina del Norte, un casino en Texas y en la concurrida calle Bourbon de Nueva Orleans. Los hechos resultaron en más de una decena de muertos y varias decenas de heridos, y reavivaron las peticiones por un mayor control de armas y seguridad en los espacios públicos. Estados Unidos se militariza entonces para supuestamente reestablecer “la ley y el orden”, al tiempo en que se continúa concentrando el poder en el ejecutivo como parecen desearlo algunos grupos de interés en ese país—particularmente las élites tecnológicas que tienen sus centros de operación en Silicon Valley.

Llama mucho la atención cómo en estos meses surgen grupos de choque en diversas partes del país, causando fuertes disturbios como hacía tiempo ya no sucedía. Y no son hechos aislados, sino que se multiplican. Además, se suman al asesinato del popular activista de derecha (o conservador) Charlie Kirk, que ha servido para dividir aún más a la sociedad estadounidense. Este hecho ha contribuido a calentar aún más los ánimos, a tal punto que importantes actores políticos parecen llamar a la represión e incluso al uso de la fuerza (con determinación) para apagar la disidencia y reestablecer lo que consideran el orden y la ley.

Lo sucedido estos últimos meses me recuerda a la primera administración trumpista, cuando observamos un proceso tenso que incluía: la radicalización de los grupos autodenominados antifascistas y grupos de extrema derecha como los “proud boys”; los saqueos, los tiroteos y los actos de violencia callejera extrema que llegan a ser catalogados como terrorismo doméstico; el surgimiento de las caravanas migrantes y la organización financiada de parte del movimiento pro-migrante; el derribo de estatuas; las manifestaciones del supremacismo blanco; el atentado de Charlottesville y el movimiento de protesta masivo alrededor de la muerte de George Floyd.

Llama la atención cómo se multiplican este tipo de dinámicas de nuevo y se agudiza la violencia, producto de la polarización ideológica y política en la segunda administración de Donald Trump. La sociedad estadounidense parece encontrarse más dividida que nunca en la era contemporánea, por lo que no sorprende este tipo de acciones; muchas parecen tener un origen orgánico o responder a incentivos sociales genuinos. No obstante lo anterior, para algunos, parece haber una intención por parte del Estado detrás de todo esto—aunque no puede ser verificada; no se puede comprobar la existencia de una conspiración. Es válido, sin embargo, aventurar hipótesis en un contexto geopolítico más complicado con el gran avance de China, donde al parecer existe en Estados Unidos la necesidad de ejercer mayor control sobre la población para avanzar en objetivos estratégicos dentro y fuera de la nación.

Lo anterior podría derivar en un espiral de violencia para justificar la represión. Un proceso como éste nos llevaría a pensar en la posibilidad del uso de operaciones psicológicas y acciones de contrainsurgencia. Para aprender más sobre estos conceptos recomiendo revisar dos documentos: 1) El Manual de Operaciones Psicológicas en Guerra de Guerrillas de la Agencia Central de Inteligencia (la CIA, por su sigla en inglés) y 2) el Manual de Campo de Operaciones Psicológicas del ejército estadounidense 33-1-1 (Field Manual 33-1-1 – Psychological Operations Techniques and Procedures). Estos documentos nos explican a detalle en qué consisten las denominadas operaciones psicológicas en las tácticas de contrainsurgencia de las fuerzas armadas. La contrainsurgencia no es fácil de descifrar pues es una estrategia del Estado para justificar el uso de la fuerza. Según el manual de campo militar vigente en Estados Unidos, la contrainsurgencia es el conjunto de “acciones militares, paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas que emprende un gobierno para derrotar a la insurgencia”.

Aún es muy pronto para plantear hipótesis sólidas y de manera rigurosa en este sentido. No obstante, escuchando el discurso de algunos políticos estadounidenses—y ciertamente del Presidente—tendríamos razones para pensar en una especie de guerra (no convencional) declarada, no contra los enemigos externos, sino contra el pueblo estadounidense. Esperemos que no.

(*) La Dra. Guadalupe Correa-Cabrera es profesora de la Escuela Schar de Política y Gobierno en la Universidad George Mason. 

Los textos publicados en esta sección son responsabilidad única de los autores, por lo que La Opinión no asume responsabilidad sobre los mismos.

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