Familias divididas por la migración: reencuentro provoca lágrimas, sonrisas y abrazos interminables 

13 familias de California se reúnen en Bellflower con padres y madres a quienes no veían desde hace años o más de una década 

Margarita Ruiz no pudo controlar su emoción una vez vio a su hija Lilia y nieta Montserrat. (Jorge Macías / La Opinión)

Margarita Ruiz no pudo controlar su emoción una vez vio a su hija Lilia y nieta Montserrat. (Jorge Macías / La Opinión)  Crédito: Jorge Macías / La Opinión

Montserrat Ramírez sintió que el mundo se le venía encima cuando Donald Trump decidió cancelar el programa DACA en septiembre de 2017, porque pensó que quizás nunca más podría volver a abrazar a su abuela Margarita, con quien tuvo un emotivo encuentro la madrugada del domingo.

“Pensé que ya no la volvería a ver”, dijo Montserrat, de 23 años. “Ahora la aprovecharé para que me consienta”.

En un pasillo con luces tenues y la luz de la luna llena, Montserrat corrió a los brazos de la señora Margarita Ruiz, de 66 años de edad, quien formó parte de un grupo de 13 personas que fueron traídas a Estados Unidos por los dirigentes del ministerio de fe llamado “Mensajeros de Fe, Cultura y Tradiciones” de Bellflower.

Las familias pudieron reunirse gracias al ministerio Mensajeros de Fe, Cultura y Tradiciones” de Bellflower. (Cortesía de Mensajeros de Fe, Cultura y Tradiciones)

Rodaron las lágrimas de alegría y afloraron los sentimientos de amor incomparable de seres que se aman y se extrañan, pero que están separados a causa de la migración.

Fue una noche del sábado y una madrugada del domingo de larga espera en el salón de una iglesia para familiares que llegaron de Livermore, San José, San Leandro o de San Francisco.

El vuelo procedente de Morelia, Michoacán, traía a hombres y mujeres de la tercera edad de Puebla, Estado de México, Oaxaca, Nayarit y Guanajuato para brindarles un encuentro mágico con los hijos e hijas que vieron partir hace años y que habían prometido venir a Estados Unidos solamente por un año “y regresarme cuando acabe de construir mi casita”.

“Conmigo, mi hija Lilia se ha comportado muy comprensiva y me ayuda”, comentó Margarita, oriunda de la Ciudad de México. “Pero es muy difícil no tener con uno a sus hijos”,

Ernesto Muñoz y Adriana Rojas esperan la llegada de María Socorro Fonseca, de 66 años, proveniente de León, Guanajuato. (Cortesía)

En efecto, Lilia, una asistente escolar en San José, contó que fue providencial el viaje de su progenitora a quien tenía una década de no ver en persona.

“Cuando vimos la oportunidad tenía que juntar los $3,500 que cobraron por todos los trámites’, dijo Lilia, quien había comprado un ramo de flores para su madre. “Gracias a Dios tengo una jefe hindú que me prestó el dinero; por eso digo que los tiempos de Dios son perfectos”.

Bromista, Lilia dijo que de su madre extrañaba más “su cariño, su forma de ser, sus consejos, comidas [mole negro, tamales oaxaqueños y empanadas de arroz con leche] y… ¡chismear!”.

Reunificar al menos por dos semanas a los “viejitos” con sus familiares en Estados Unidos, a través del ministerio “Mensajeros de Fe, Cultura y Tradiciones” llevó al locutor de radio Alberto Cortez “El Terrible” de la estación 97.9 La Raza a armar un equipo de colaboradores, asesores y gente de buen corazón como Rafael Landgrave,  el licenciado Jesús Rivera o Dulce Martínez, y otros.

“En un segmento de reencuentros, la gente llamaba y mandaba saludos a su mamá o su papá y en el teléfono lloraban todos como niños, pero era bonito, así que decidimos dar un nuevo paso y gentes que nos pueden ayudar con los trámites migratorios se sumaron a la causa”, dijo Cortez a La Opinión. “A nivel personal, yo puedo ver seguido a mi madre en Morelia, pero hemos visto que hay personas que tienen 20 o 30 años de no ver a la suya, y mucho menos abrazarla. Y, para nosotros, poderles brindar esa alegría es emocionante, un verdadero milagro”.

Un milagro similar al que vivió Ernesto Muñoz, de 33 años de edad, quien recibió a su madre, María Socorro Fonseca, de 66 años, proveniente de León, Guanajuato.

“Mi esposa [Adriana Rojas] y yo manejamos desde Richmond para venir por mi madre”, dijo el joven de oficio cocinero en un restaurante. “Ha valido la pena manejar siete horas, porque uno hace cualquier sacrificio por sus padres, pues ellos ya hicieron lo mismo por nosotros”.

El domingo por la mañana, Ernesto llevaba a su madre 400 millas al norte de Los Ángeles para que la recibieran sus otros hermanos: Andrés Rigoberto (36), Alfredo (32), Martin (41) y Sergio (39).

“Los años de no verlos se borran del calendario, pero no de la mente, a Ernesto no lo veía desde hace nueve años”, dijo María Socorro. “El calendario se tira a la basura, pero en el corazón siempre se quedaba destrozado cada vez que se me venía un hijo a Estados Unidos…pero nuevo, ellos lo hicieron por sacar a uno adelante, y aunque lo peor es vivir sin los hijos, Dios nos ha dado la fuerza para nunca perder la fe”.

La emoción se apoderó de ella que, entrevistada durante el transcurso del viaje a Richmond declaró: “Es tanta mi felicidad que ni siquiera he podido dormir desde el sábado”.

Por su parte, la señora Margarita Ruiz no se daba abasto para admirar las ofertas de ropa en los “callejones” de Los Ángeles, a donde la llevaron su hija Lilia y su nieta Montserrat.

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