“Estamos prosperando, la gente admira a EE.UU.”: cómo es un mitin del presidente Trump en plena pandemia
Pese a las advertencias en medio de una pandemia, el presidente Trump retomó sus actos de campaña con miles de personas, la mayoría sin mascarillas
Hay algo fundamental que tienes que saber antes de asistir a un mitin de Trump: el mitin en sí no existe.
No lo digo yo, lo dice el propio presidente: “No lo vayan a llamar rally (…) esto es una protesta pacífica”.
Como tantas otras cosas en los círculos trumpistas, aquí también reinan los “hechos alternativos”, y un acto de campaña se convierte en una “protesta”, con pancartas en las que sus seguidores se declaran “manifestantes pacíficos”, si hace falta.
“Me dijeron que no se podían reunir más de 10 personas [por el coronavirus]”, explicaba Trump. “Pregunté: ‘¿Y qué se puede hacer? ‘Protestar”.
“Así que a partir de ahora somos manifestantes”.
We are the champions
Lo cierto es que aquí protestar, se protesta poco.
Todo son sonrisas y algunos bailes al son de “We are the champions”, a la espera de que aterrice el Air Force One en Mosinee, Wisconsin, el estado elegido por el presidente para dar el pistoletazo de salida a una serie de actos de campaña en territorios clave, aquellos que pueden determinar el resultado de las elecciones.
Pese a que Estados Unidos se encamina a unos comicios en medio de una pandemia marcados por una grave crisis sanitaria, económica, social y de liderazgo global, aquí no hay queja alguna sobre la labor de Trump.
“Incluso en medio de una pandemia, estamos prosperando, nos va bien, la gente nos admira, es sencillamente maravilloso”, me contaba Patricia, una agradable hondureña de inglés perfecto y sombrero rojo, con el nombre del mandatario en purpurina azul.
Como ella, otros muchos ciudadanos de este estado predominantemente rural se paraban a hablar con la prensa y mostrar con orgullo sus atuendos inspirados en el político, convertido en una especie de estrella de rock.
Entre sus prioridades en este momento: la seguridad de su país (“la ley y el orden”), las libertades -especialmente para poseer y portar armas-, o la prohibición del aborto.
“¿Y la pandemia, la sanidad?“, pregunto. Y ahí es cuando empiezan las dudas sobre la ciencia, las fake news e incluso sobre el propio equipo de expertos del gobierno, al que el presidente contradice en múltiples ocasiones.
“No estoy preocupado, soy lo que llaman ‘alguien obeso’ y según dicen, estoy entre los grupos de riesgo, pero creo que los números están siendo amañados“, explicaba Daniel, un joven de 35 años “en defensa de las fuerzas armadas y la ley y el orden” que trabaja como instalador de tuberías y se opone al candidato demócrata, Joe Biden, porque va “contra mi industria”.
En cualquier caso, pocos niegan que el coronavirus sea un problema real pero no parece preocuparles demasiado la posibilidad de contagio en un encuentro como este. La campaña de Trump provee controles de temperatura a la entrada, gel desinfectante y una mascarilla para aquel que la quiera, pero la mayoría en este mitin no la lleva.
“Fui a ver a Trump hace dos meses, en otro evento en Wisconsin, había 1,200 personas, la mitad sin mascarilla. A mí no me pasó nada“, argumenta Daniel, cubriéndose del sol con la gorra de “Make America Great” (Volver a hacer grande a Estados Unidos) y una camiseta con un dibujo del expresidente George Washington de militar, sujetando un rifle.
No obstante, tanto él como otros trumpistas dicen que probablemente se podrán protección facial una vez dentro y, de hecho, algunos más lo hacen: el evento se celebra al aire libre a las puertas de un hangar pero la distancia social brilla por su ausencia.
Nuevos gritos de campaña
La espera para la llegada del presidente se hace larga y, mientras por los altavoces suena la música de los Backstreet Boys o Celine Dion, veo una alerta en el teléfono: los casos de coronavirus en el mundo alcanzan los 30 millones, con EE.UU. liderando la lista de contagios y muertes.
Parece que algunas personas también se empiezan a impacientar y ahora son ellos los que me hacen preguntas a mí (“¿Cómo va el trabajo?”), en tono más amable que el que adquirirán cuando Trump en pleno mitin señale a la prensa y la multitud se gire a abuchearnos.
Aprovecho para hablar de la alerta que acabo de ver y del audio de la entrevista que concedió Trump al periodista Bob Woodward, en el que admitía en febrero que el coronavirus era grave y mortal, pese a que en público aseguraba casi todo lo contrario.
“Creo que sabía que había formado un buen equipo contra el coronavirus, que lo estaban gestionando y no quería crear pánico”, me dice Mary, protegida con una mascarilla y un abrigo por las bajas temperaturas de la noche wisconsita, mientras su marido, profesor de universidad ya jubilado, me responde con una risa irónica y referencias a películas.
Los argumentos sobre la pandemia pero también sobre otras cuestiones cruciales para el país, como las crecientes tensiones raciales tras la muerte de varios afroestadounidenses a manos de la policía, se repiten de manera casi idéntica y siempre en línea con las declaraciones del presidente.
Trump, insisten, no está siendo juzgado por sus acciones: su histórico acuerdo en Medio Oriente no fue destacado por la prensa, sus recortes de impuestos y los buenos datos de la economía prepandemia no han sido suficientemente valorados y su lucha contra el sistema, aunque lleva ya cuatro años formando parte de él, no ha recibido el reconocimiento que merece.
“No hay que prestar atención a lo que dice, hay que fijarse en sus acciones“, insisten varios de los asistentes al evento, formado por una mayoría blanca y muchos de ellos granjeros, claves en este territorio conocido como el “estado lácteo” para la victoria de Trump en 2016.
En medio de las miles de gorras rojas, un joven de 17 años vestido de traje llama la atención y no solo por su juventud, sino porque es el único que deja entrever algún desacuerdo con lo que dijo el presidente: “No confío en las fake news, pero voy a confiar en tu palabra… Y si Trump dijo eso sobre la covid-19, podría haber escogido las palabras mejor”.
Si en su primera y última campaña presidencial, en 2016, el grito de “guerra” trumpista era “construyamos el muro” o “enciérrenla” (a su entonces contrincante, Hillary Clinton), ahora su base más fiel pide “4 años más” y hasta el “Nobel de la Paz”.
Trump sabe de entradas triunfales y en Wisconsin no deja indiferente a nadie: tras horas de espera, se empieza a escuchar el sonido de un avión y detrás de los focos, las banderas estadounidenses y dos escenarios con carteles de “MAGA” (siglas de Make American Great Again), se ve finalmente el avión presidencial aterrizando.
Entonces, estallan los vítores y la música ensordece… El avión se gira lentamente y poco después aparece Trump por la escalera para encontrarse con su público.
Algunos no aguantan el frío durante dos horas de discurso y se van retirando antes de que Trump acabe de hablar, pero su intervención termina en un punto álgido, con renovadas promesas para hacer que “Estados Unidos sea grande de nuevo” y su puño en alto.
Su podio está perfectamente colocado para las cámaras: al frente, sus seguidores; a su espalda, el flamante Air Force One. Y alrededor una profunda oscuridad.
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.