El autismo puede ser causado por toxinas en el aire
La contaminación del aire durante el embarazo podría aumentar el riesgo de autismo en niños. Un estudio sugiere que el óxido nítrico influye en esta conexión
Una creciente preocupación sobre los efectos de la contaminación ambiental en la salud humana ha encontrado un nuevo vínculo, el desarrollo del trastorno del espectro autista (TEA). Según un reciente análisis realizado por investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, la exposición a ciertos contaminantes del aire durante el embarazo podría aumentar significativamente las probabilidades de que un niño desarrolle autismo. Este hallazgo arroja luz sobre el impacto combinado de factores genéticos y ambientales en esta condición.
El estudio, liderado por el Dr. Haitham Amal, jefe del Laboratorio de Neuromática, Señalización Celular y Medicina Traslacional, revisó datos provenientes de investigaciones previas realizadas en humanos y animales. Se centró en la exposición a partículas en suspensión, óxidos de nitrógeno, dióxido de azufre y ozono, todos componentes presentes en la contaminación del aire. Los resultados señalaron que los niños con predisposición genética al autismo que estuvieron expuestos a estos químicos mostraron un riesgo considerablemente mayor de desarrollar TEA.
El mecanismo detrás de esta relación aún no se comprende completamente, pero el Dr. Amal destaca el papel crucial del óxido nítrico (NO), un gas emitido principalmente por vehículos al quemar combustibles. Su equipo descubrió que este compuesto puede traspasar las barreras protectoras del cerebro e incluso la placenta durante el embarazo, desencadenando inflamación y alteraciones en el desarrollo neurológico. Este proceso podría modificar funciones clave del sistema nervioso y predisponer a los niños a desarrollar características del autismo.
La contaminación del aire es una preocupación creciente en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos, donde la Asociación Estadounidense del Pulmón reporta que casi el 40 % de la población vive en áreas con altos niveles de polución. Ciudades como Phoenix, San José y Eugene se encuentran entre las más afectadas, exponiendo a millones de personas a riesgos para su salud.
En paralelo, las tasas de autismo han mostrado un incremento. Un análisis reciente reveló que en Estados Unidos, la prevalencia del TEA casi se ha triplicado entre niños y jóvenes en las últimas décadas. Hoy, aproximadamente tres de cada 100 niños padecen esta condición. Sin embargo, los expertos también señalan que una mayor conciencia y capacidad de diagnóstico pueden estar contribuyendo a estas cifras.
El estudio publicado en la revista Brain Medicine plantea que los efectos de la contaminación no solo impactan en el desarrollo cerebral durante la infancia, sino también durante el embarazo. Las partículas en suspensión, por ejemplo, pueden llegar al torrente sanguíneo y atravesar la placenta, aumentando el riesgo de TEA hasta en un 31 %, según investigaciones anteriores de Harvard. Este riesgo se eleva a un 64 % en niños expuestos a la contaminación durante los primeros años de vida.
Aunque entre el 40 % y el 80 % de los casos de autismo tienen una base genética, el equipo del Dr. Amal resalta que los factores ambientales, como la calidad del aire, son determinantes adicionales. Además de la inflamación, los contaminantes podrían alterar la producción de neurotransmisores esenciales como la dopamina y la noradrenalina, fundamentales para el desarrollo cerebral y las habilidades de toma de decisiones.
El Dr. Amal destacó el papel innovador de su laboratorio al identificar el impacto del óxido nítrico en el TEA. Su investigación se encuentra entre las primeras en conectar directamente la contaminación del aire con este trastorno, abriendo la puerta a nuevas líneas de estudio y posibles intervenciones preventivas.
Mientras tanto, organizaciones como la Agencia de Protección Ambiental (EPA) monitorean y reportan los niveles de estos contaminantes en diversas regiones para alertar a la población. Sin embargo, la lucha contra la contaminación requiere esfuerzos colectivos que incluyan regulaciones más estrictas, tecnologías más limpias y una mayor educación sobre los riesgos asociados.
A medida que la ciencia avanza, comprender cómo interactúan los genes y el entorno en el desarrollo del autismo podría transformar nuestra capacidad para prevenir y manejar esta condición. Por ahora, el mensaje es claro: proteger la calidad del aire no solo es una cuestión ambiental, sino también una medida esencial para salvaguardar la salud de las futuras generaciones.
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