Elogio del insomnio

En la alta noche, se corre el albur de escuchar el tas tas de dos fantasmas enamorados que se equivocaron de casa

Toda ciudad tiene sus ruidos propios.

Toda ciudad tiene sus ruidos propios. Crédito: Shutterstock

Papeles

Lo recuerdo como si fuera mañana: El golpe bajo vino desde lo alto: la rectoría de la Universidad EAFIT, de Medellín, donde se educa buena parte de la dirigencia colombiana. Los madrugadores de oficio, nunca pensamos que el entonces rector Juan Felipe Gaviria, exalcalde de esa ciudad, nos fuera a salir con semejante exabrupto.

Desconociendo en materia grave las bondades del madrugón, Gaviria comentó a la prensa local que como no vende desayunos ni reparte el periódico, no se levanta temprano como las gallinas.

Veamos como despotrica el exalcalde: “Los madrugadores están convencidos de que eso es una virtud y es un gran defecto, porque no son capaces de dormir. La tranquilidad de conciencia me permite dormir tranquilamente como si fuese un joven”.

Con igual tranquilidad de conciencia, los desvelados paladeamos la vigilia hermana gemela del insomnio. Los profesionales del insomnio la disfrutamos siempre, incluidos los ruidosos diciembres.

Lamenté que un educador empeñado en humanizar a nuestros futuros líderes por la vía de la música, el humor y la poesía, no haya descubierto las delicias del noctambulismo.

Para empezar, el feo durmiente no sabe que lo está, el despierto sí. En las primeras horas de la madrugada, nadie nos llama por teléfono. Ni siquiera el papa Francisco.

No nos espía el gran hermano, ahora encarnado en el presidente Obama quien ya debe tener en su escritorio estas líneas, filtradas por el Consejo de Seguridad Nacional que nos mira a todos con lupa.

¿Cuándo será que el silencio se convierte en materia en las universidades? (La única universidad del silencio funcionaba en la isla caribeña de Providencia. Desapareció cuando murió su rector magnífico y único alumno: el Brujo Simón González. Enseñaba a callar, eso es todo. Y no es poco).

Nochemente, se pueden escuchar los sonidos del silencio, tan gratos al oído. Toda ciudad tiene sus ruidos propios. Hay ruidos diurnos y nocturnos. De noche, no suenan lo mismo Londres, París, Medellín, Bogotá, Londres, Los Ángeles, Cafarnaún. Para disfrutarla, hay que ponerse la ciudad nocturna en el oído, como si fuera un caracol. (Aprendamos del mar que se vuelve música para vivir dentro del caracol).

Felicito a los impasibles suizos que prohíben vaciar el inodoro después de las diez de la noche, inventada para el silencio. Guardar silencio es otra forma de dormir. Lo saben quienes esos suizos que fabrican relojes infalibles como los papas.

Gandhi guardaba silencio los lunes. Sin confirmar sí lo digo: un lunes se le ocurrió la idea de la no violencia. Y sacó corriendo a los ingleses con todo y su flema británica.

En la alta noche, se corre el albur de escuchar el tas tas de dos fantasmas enamorados que se equivocaron de casa. O descubrir el vuelo tardío de un pájaro que regresa a su penthouse de paja después de la cita con su pájara pinta.

Saber que el “el músculo duerme, la ambición descansa” es tan relajante como no hacer nada cuando los demás trabajan y uno se da un duchazo.

No hay tal que al que madruga Dios le ayuda, porque a Dios también le da sueño. Y solo ayuda cuando está en sus cabales. Ahora, si la vida es un sueño, o sea, un bostezo de eternidad, es un desperdicio gastársela durmiendo.

Como un aporte a la convivencia que enseñan en la universidad EAFIT, en mi calidad de insomne, propongo que entre madrugadores y durmientes no nos pisemos los sueños ni los insomnios.

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