Gabriel Batistuta visitó el vestidor de la albiceleste y ¡fue ignorado!
El exgoleador había confesado que la mitad del plantel argentino "no le dio pelota" cuando visitó el vestuario; un episodio que invita a reflexionar sobre el estado de un equipo sin aura
Gabriel Batistuta sintió el desprecio. La imagen positiva de la selección está por el subsuelo y cualquier ayuda debería ser bienvenida. Pero ni siquiera eso puede detectar este plantel abombado, que persiste en dar vueltas en círculo antes que encontrar un punto de apoyo para usar como despegue y orientarse hacia alguna posible salida.
“La mitad no me dio pelota“, fue la frase del máximo goleador argentino en los Mundiales. Suficiente para asestar otro hachazo en el cuerpo derribado de la selección. Si se quisiera establecer un razonamiento lógico, hasta podría destacarse el vaso medio lleno. Porque la otra mitad, entonces, sí le dio pelota. Pero hoy no existe la intención de interpretar términos medios. Todo es blanco o negro. O mejor dicho, todo negro.
Antes de aplicar el “que se vayan todos”, Batistuta podría dar los nombres del 50% y ejecutar una cláusula de salida automática, que nunca más sean convocados los desinteresados en el glorioso pasado de la selección. Ojalá que Lionel Messi no se haya comportado demasiado tímido el día de aquella visita.
Supongamos que entre el 50% que sí se acercó entusiasmado a hablar con el goleador estaban Ezequiel Lavezzi, Javier Mascherano, Gonzalo Higuaín, Sergio Agüero, Angel Di María, por nombrar a algunos de los más cuestionados en los últimos tiempos. ¿Entonces recuperaríamos la confianza en ellos? De ninguna manera.
El problema de no “darle pelota” a Batistuta está más allá del desplante. Lo de Batistuta es una anécdota dentro de un problema mayor. El asunto es el aura de apatía generalizada que transmite este grupo que lleva demasiados años intentando ganar algo. Que estuvo muy cerca de hacerlo tantas veces, pero no lo consiguió. Y ya se dio cuenta hace rato de que el hincha no los acompaña. Que desconfía de ellos. Pero no dan un paso al costado. Porque en definitiva, siguen siendo los mejores jugadores de este país, y creen que merecen más oportunidades. El resultado, por ahora, es un suplicio prolongado.
Hace algunos años, Juan Pablo Carrizo, se sacó de encima a Ubaldo Fillol con un empujón en un Monumental repleto. Por entonces River peleaba por la permanencia en Primera y ante la posibilidad de irse a la B, casi todos pensaban: “No puede pasar, no puede pasar, no puede pasar“. Pero pasó. Hoy el pésimo clima en el que se desenvuelve este seleccionado, más esa suspensión de Messi, invitan a pensar que la Argentina podría faltar a un Mundial por primera vez desde 1970. Podemos seguir creyendo que no puede pasar. En cualquiera de los casos, pelearse con la historia nunca es una buena elección.