El trabajo aumenta, pero los recursos no en las estaciones de bomberos de LA
En las 174 estaciones del condado hay más llamadas de emergencia, más incendios, pero se sigue trabajando con los mismos recursos de hace 20 años.
En la pequeña estación de bomberos número 18 en Lennox, una zona no incorporada del condado de Los Ángeles adyacente a Inglewood, cuatro bomberos se preparaban para su guardia usual de 24 horas. A pesar de su reducido tamaño, contando con un solo camión, un capitán, un ingeniero de equipos y dos bomberos-paramédicos, la compañía 18 es la novena más ocupada de las 174 que existen en el condado.
“El último año del que tenemos estadísticas completas, que es el 2018, respondimos a 4924 llamadas”, explica el capitán Randall Wright, un veterano de 14 años en el Departamento de Bomberos del condado de Los Ángeles que hace poco ascendió a ese cargo. Como capitán, Wright está a cargo del turno, durante el cual él y los otros tres oficiales convivirán como compañeros y casi familia, durante 24 horas, y asistirán principalmente a emergencias de salud como ataques de corazón, embolias, accidentes, etc.
Los cuatro oficiales, incluyendo el capitán, son tanto bomberos como paramédicos, y pueden hacer ambos trabajos en un momento dado. Ellos son quienes responden, además de una ambulancia con paramédicos –en este caso, contratada a una compañía privada- cuando alguien llama al 911 con un problema de salud.
En los últimos años, con el aumento de población, estas llamadas han ido en aumento, mientras que las temporadas de incendio también se han ido extendiendo a más meses del año.
“En los años que tengo aquí he visto crecer masivamente el volumen de llamadas”, dijo Wright. “Tengo toda mi carrera trabajando esta zona de Inglewood, Lennox y te puedo decir que nuestros días y noches están más ocupados que nunca. El ritmo es vertiginoso”.
Pocos segundos después, suena la alarma: hay una llamada de emergencia en Inglewood. El cuerpo de bomberos al que le corresponde la llamada está atendiendo otra emergencia, y el centro de despacho asigna la respuesta a la compañía 18. De inmediato, el ingeniero Martín González se pone al volante del masivo camión de bomberos, mientras que los demás toman sus puestos.
El más novato de los cuatro es Brayden Turnbull, quien tiene 3 años y medio en el departamento. “La población sigue subiendo, pero los presupuestos no”, explica. “Tenemos un volumen de llamadas de 15 a 20 por día”.
Esta llamada se trata de una mujer afroamericana de unos 57 años que se desplomó en su cuarto y ahora no responde con coherencia a las preguntas de los paramédicos. Mientras el veterano paramédico Joshua De Journett atiende a la mujer, Turnbull averiguando todo sus datos médicos con otras personas presentes en la casa y los va colocando en un archivo de una Tablet. Le toman los signos vitales y siguiendo los protocolos médicos, deciden llevarla al hospital para monitorearla por posible embolia cerebral.
Cuando los paramédicos están a punto de subirla a la ambulancia, una hermana aparece y sentencia que no quiere que se la lleven. El capitán Wright le explica que como la mujer no puede responder por sí misma, lo mejor es llevársela para entender bien lo que le pasó y ofrecerle el mejor tratamiento. La hermana acepta y la ambulancia parte.
“Una de las tareas más estresantes que tenemos, aparte de responder a las llamadas y aplicar todos los tratamientos que podamos para preservar la vida de la persona es lidiar con los familiares. Nosotros tenemos la obligación de aplicar cierto protocolo y también, a veces, de informarles lo peor”, dijo Wright. “Al menos la mitad del tiempo nos toca a nosotros decirle a alguien que una de las personas que más quieren en este mundo ha muerto. Esto es algo que hacemos con mucho respeto, pero que también nos toca por dentro a nosotros”.
Las llamadas se suceden, una tras otra. Un hombre obeso con un ataque de asma severo. Una señora latina con un ataque de pánico que fácilmente puede confundirse con una insuficiencia cardíaca. En el camino de una llamada a otra el capitán decide pararse a revisar si un negocio al que le hicieron una inspección reciente ha resuelto ciertos problemas de seguridad anti incendios que tenían pendientes. “Quizá tengamos que darles una citación”, dijo Wright.
Los bomberos –paramédicos son la primera línea de respuesta de salud, son quienes apagan incendios y controlan derrames de sustancias químicas como uno que pasó hace unas semanas en una autopista de Los Ángeles. Son quienes respondieron a las escuelas donde estudiantes y maestros sufrieron las consecuencias tóxicas del combustible derramado por un avión de Delta Airlines cuando debió aterrizar de emergencia hace poco. Además de eso, deben hacer el papeleo de todo lo que ocurre en la estación, incluyendo las compras, limpiar los baños, lavar el camión y hacer 900 inspecciones de negocios al año.
Es un trabajo intenso, especialmente si se toma en cuenta que en los últimos doce años las llamadas han aumentado un 50% y los recursos solo un 5%. Hace más de 20 años que los votantes del condado no aprueban un aumento de impuestos para los bomberos y los impuestos de propiedad son la única fuente de ingresos legal para el financiamiento de su trabajo.
Además de todo esto, las temporadas de incendio ya no son como antes, cuando se concentraban en unos cuantos meses al año. Ahora puede haber incendios sin control casi todo el año.
Todos los bomberos de Los Ángeles tuvieron que responder a los enormes incendios de noviembre del 2018 en el sur de California. La explosión simultánea del Camp Fire en el condado de Butte, en el norte de California y los fuegos Woolsey y Hill en el sur de California hizo imposible que unos departamentos ayudaran a los otros, como suele ocurrir.
“Todos respondimos a estos incendios. Todos los días libres quedaron cancelados”, dijo Wright. “Nunca vi actividad como esa, el incendio de Woolsey saltó los ocho carriles del 101 Freeway..”.
El Departamento del condado está “presionado” por la creciente actividad y la falta de recursos suficientes para crecer en la medida que sería necesario. El trabajo aumenta, pero los recursos no.
Hacia la 1 de la tarde, los bomberos toman un pequeño “break” para comprar su almuerzo y reunirse en la cocina de la estación, donde también cocinan cuando tienen tiempo.
Ahora hablan de hacer una limpieza general porque pronto les viene una inspección interna de las condiciones del equipo que tienen a su cargo. “Siempre hay trabajo”, dijo González, el único bombero latino de los cuatro, y sobre quien recae el trabajo de comunicarse con las personas de habla hispana que son la mayoría de la zona donde operan.
“Es importante tener a alguien que hable su idioma y entienda su cultura, porque trabajas con las personas en un momento crítico de su vida y eso ayuda a explicarles las cosas que están ocurriendo y a calmar algunas situaciones”.
Apenas preparan un café, suena la alarma, y deben salir de nuevo corriendo. Alguien más pondrá su vida en manos de estos servidores públicos y ellos responderán, como siempre, con todos los recursos que tienen a mano y el objetivo de salvar vida y propiedad.
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