El Champlain Towers y el desorden inmobiliario que golpea a los más pobres de Miami Beach
Miami Beach está en un proceso de gentrificación por el boom inmobiliario que permite inversiones millonarias del extranjero sin muchas exigencias. Ricos de todo el mundo que compran, suben los precios, se van y rentan como un ingreso pasivo.
MIAMI.- Por razones familiares, Gloria Mejía, una profesora venezolana de 54 años, terminó viviendo en esta ciudad refugio de migrantes latinoamericanos, aventureros, nuevos ricos, aspirantes, famosos y retirados, donde pronto entendió una máxima de la vivienda: no hay profesionalización en el manejo de la mayoría de los bienes inmuebles.
“Es que no me sorprende que se haya caído el Champlain Towers”, cuenta en entrevista con este diario sobre el edificio que colapsó a 12 calles de su departamento el pasado 24 de junio en la zona de Surfside, en North Miami Beach. “Lo que me preocupa es que todo se vaya deteriorando lentamente en mi departamento”.
Una de las hipótesis sobre la caída del Champlain Towers apunta a un “colapso progresivo”, es decir, el deterioro gradual que incluyen defectos de diseño y permisos de construcción más laxos que había en 1981, cuando se edificó, así como la falta de mantenimiento adecuado o la atención a diversas alertas de las fallas.
Después de varios problemas en su propiedad, Gloria Mejía considera que tiene cierto conocimiento sobre la falta de atención a las quejas condominales en el edificio antiguo donde radica que tiene más o menos de la edad del Champlain Towers, aunque con sólo dos plantas en uno de los tres bloques del condominio.
Su propiedad no está frente al mar, pero sí a lado de uno de los canales de la calle 71, perpendicular a la avenida Collins, donde ocurrió la caída del edificio que dejo 56 muertos y 86 desaparecidos.
“Cuando me mudé aquí el año pasado aún no era temporada de huracanes y, sin embargo, a la mínima tormenta, mi sala se convertía en una coladera que mojaba todos los muebles”, cuenta en entrevista con este diario. “No quería imaginar qué pasaría en el verano”.
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La propietaria tomó varios videos para documentar el problema y enviarlo al “board” (los representantes condominales) para que tomara cartas en el asunto. Lo primero que le sorprendió es que nadie le contestó el mensaje de texto que envió vía telefónica. Uno de los integrantes le tocó la puerta para presentarse. Dijo que se llamaba Salvatore y ofreció poner una canaleta plástica de desagüe hacia una cubeta.
Ella no podía creerlo. “Yo estaba huyendo de esas improvisaciones en mi país”, cuenta. “Y uno que piensa que en Estados Unidos todo funciona perfecto”.
Gloria Mejía se enteró de más: con el paso de los años, sin el mantenimiento adecuado, comenzó a crecer en el techo un jardín salvaje que disputaban todo tipo de aves, mosquitos, lagartijas, iguanas y otra fauna tropical.
Por una conversación informal entre condóminos se enteró también que la mitad del dinero recopilado en una cuota especial para la reparación de la azotea se le había dado a un “techero” (roofer) y que éste no cumplió con las fechas acordadas de reparación.
Sin embargo, no querían importunarlo porque el tipo “tiene mal carácter”r y en estos tiempos a los techeros no se les puede molestar porque responden con desplantes de soberbia al saberse irremplazables, dijeron.
Miami tiene actualmente muchos años con problemas de construcción por la escasez de materiales y mano de obra. Es una de las ciudades con mayor deficiencia de vivienda en Estados Unidos, según la Asociación Nacional de Agentes de Bienes Raíces.
Romina Saaied, corredora de propiedades con 20 años de experiencia en Miami Beach, observa que, ante la demanda de vivienda, la ciudad autorizó un montón de construcciones sin sustentabilidad, sin capital humano para mantenerlas. No hay mano de obra para las nuevas edificaciones mucho menos para las viejas.
“Los cotizados trabajadores se concentran en los más nuevos porque se trata de propiedades de millones de dólares frente a los más antiguos que valen cientos”, advierte. “Y aquí hay mucha gente que no quiere trabajar ni siquiera en McDonald’s, menos en algo tan duro como la construcción”.
El salario de Florida tampoco ayuda a retener trabajadores: es uno de los más bajos de todo el país. US$15.280 es el ingreso familiar medio en Overtown, Miami; US$42.000 es el ingreso medio del condado de Miami-Dade mientras el ingreso promedio de los estadounidenses ronda los US$59.039.
Miami sobrevive, entonces, con el trabajo de los nuevos inmigrantes de países como Cuba y Venezuela, que pueden obtener documentos de manera más sencilla, pero que en sus países se dedicaban a hacer otras cosas, eran médicos, empresarios, comerciantes, cualquier cosa ajena a la construcción o mantenimiento de condominios. Los oficios no eran su fuerte; ahora, improvisan.
Gloria Mejía ha batallado durante meses para encontrar plomeros, carpinteros, electricistas y albañiles para mantener su departamento.
Cuando alguno acepta hacerle una reparación, suele ocurrir que cancela a la mera hora o simplemente no llega. Re agenda cuando le da la gana (pueden ser meses después de la cita acordada) y, una vez que llega al lugar hay que ofrecerle café recién colado en cafetera italiana o se “pone bravo”. Tampoco le puede contradecir.
Ocurre incluso con el equipo de las mejores compañías, a experiencia de esta residente. “Un hombre llegó para instalarme el servicio de internet y, sin preguntarme dónde quería el modem, hizo un hoyo en la pared, cuando le dije que no lo quería ahí se molestó, no habló más y al retirarse dejó la caja de los cables abierta en el alero del segundo piso”, recuerda.
Como es riesgoso enderezarlo desde la ventana, la caja sigue abierta, expuesta a la lluvia y las inclemencias del bochorno, el servicio de internet va y viene con la señal intermitente. “Lo he reportado sin éxito”.
El gobierno, los vecinos y la gentrificación
El ingeniero Greg Batista había ido a Champlain Towers para evaluar un problema específico de filtración. Encontró agua acumulada y barras de refuerzo expuestas y corroídas en la sala de equipo de la piscina que podrían “acelerar el deterioro estructural del edificio”, según explico a medios locales de comunicación.
Para corregirlo, los dueños de Champlain Towers debían desembolsar US $350,000 por apartamento para costear reparaciones y renovaciones. Aún se desconoce cuál fue la respuesta de cada uno de los vecinos, sólo se supo que el presidente de la asociación Naum Lusky envió una carta, en la que consideraba que “no era necesario desalojar a sus residentes”, porque el edificio estaba “bien mantenido”.
A unas cuantas cuadras del lugar, en la calle Harding, la propietaria de un departamento en el noveno piso, Grace Bardon enfrenta actualmente una situación similar por el pago de una cuota especial. No es para estructura, sino para la estética, y teme por sus finanzas.
“Pasamos bien la revisión de la estructura de los 40 años y cuando se acercaba la de los 50 (después de cuatro décadas se debe de revisar cada 10 años) pusieron otra cuota que era imposible de pagar para la clase trabajadora”, cuenta en entrevista con este diario.
—¿Por qué?
—Eran 4,000 dólares mensuales durante dos años y tanto yo como mi pareja nos quedamos desempleados en la pandemia, él trabajaba en aerolíneas y yo en hotelería, ¿cómo haríamos para dar ese dinero? Muchos protestamos y se cambió a la asociación, ahora están reevaluando qué es urgente y qué no y el gobierno de la ciudad debería hacer algo para regular eso o nos vamos a tener que ir.
Miami Beach está en un proceso de gentrificación por el boom inmobiliario que permite inversiones millonarias del extranjero sin muchas exigencias. Ricos de todo el mundo que compran, suben los precios, se van y rentan como un ingreso pasivo.
Grace Boden dice que hoy por hoy, Miami “es una utopía que cobra el sol con altos intereses a la clase trabajadora”.
El desarrollo de esta ciudad ha ido a la par de acontecimientos mundiales. Desde que cayó una helada histórica en Florida en 1895 que acabó con la industria estatal de los cítricos y la viuda millonaria Julia Tuttle —ahora hay un terraplén que lleva su nombre— compró las primeras parcelas, Miami Beach ha ido ganando terreno al mar y los pantanos con osadas construcciones entre el mar.
A principios del Siglo XX, promotores inmobiliarios judíos se dieron cuenta del potencial y empezaron a construir hoteles con distintivas fachadas art déco para rebelarse contra la estética más formal del noreste. Para ello, emplearon a albañiles y oficios de todo tipo a los que facilitaron viviendas más modestas para mantenerlos.
La historia dice que las guerras mundiales trajeron a soldados destinados en las cercanas instalaciones navales y que a muchos les gustaba el sol y decidieron quedarse. Luego vinieron las revoluciones socialistas y la inmigración política, principalmente cubana, a la que el gobierno de Estados Unidos les daba papeles sólo por ser disidentes.
El glamur y los excesos de la década promovido por las películas de la década de 1980 más el uso del idioma español atrajeron a clases altas latinoamericanas.
Así creció la urbanización entre trabajadores y pudientes que hoy se disputan precios, viviendas y mano de obra entre el desorden de los comités vecinales, la opacidad, la desidia de los propietarios y la desatención de la autoridad.
Cuando Gloria Mejía concluyó que el board no tomaría acción para frenar la filtración de agua en en el techo de su sala, envió un correo a la empresa encargada de la administración. La redacción del mensaje tenía un tono preocupación, quizás exagerado, aunque tras el derrumbe del Champlain Towers, ya no parece tan dramático.
“Temo que el techo se venga sobre mi cabeza o la de mi hijo”, decía en el asunto del correo.
La administradora contestó inmediatamente. “Si cree que tiene ese riesgo, tome las medidas que considere pertinentes para evitarlo”.
Ella se quedó helada. La respuesta era una sugerencia para que se fuera de su departamento y no le daban ningún tipo de respuesta sobre la fecha aproximada en que iniciarían los trabajos de reparación. Fue entonces cuando amenazó con demandar el condominio.
“Hasta entonces se reunieron todos los de la asociación y decidieron sacar una partida extra para arreglar esa zona de mi techo”.
Contrataron a otro techero, en lugar de aquel que tiene mal carácter y debía repararlo por el pago adelantado. Se tuvo que desembolsar un dinero extra para quitar arboles, moho, flora y echar a pajarracos y bichos. Sólo así dejó de caer agua en la propiedad de Gloria Mejía.
Tres semanas después, se reportó que otro departamento estaba pasando por lo mismo, pero el dueño vivía quien sabe dónde y no lo rentaba por lo que eventualmente, dependiendo del caprichoso clima de Miami, la recámara principal se convierte en una piscina fangosa y cochina porque desde arriba cae tierra de otro invernadero salvaje similar al que tenía Mejía antes del remiendo.
Una de las vecinas que viven frente a este espacio, temerosa por su vida, ya está pensando en vender su propiedad y huir a Francia, lejos de la desidia: el techo sigue sin repararse y, en cambio, el board recientemente convocó a una reunión para solicitar más dinero para pintar la fachada y hasta incrementaron las cuotas de mantenimiento, aunque la mayoría votó en contra.
“Es mucha falta de respeto”, cuenta indignada.
Gloria Mejía solicitó la minuta para revisar el incremento de las cuotas y así se enteró que el comité del condominio no cuenta con un libro de registro de actas de las asambleas. Todo lo que se ha acordado antes no existe ante las autoridades. De todos modos, el gobierno de la ciudad nunca ha inspeccionado el condominio.
Los agentes de ventas de inmuebles consideran que, en adelante, tras el colapso, las autoridades se van a poner más exigentes y poner más controles y esto va a perjudicar más a las viviendas viejas y a los condóminos que viven al día.
“Es lógico que quienes tengan unidades en esos edificios estén preocupados por esos costos y empiecen a vender ese tipo de departamentos para tratar de salir. En algunos casos, por temor y en otros, por potenciales costos que se generen”, observó Edgardo Defortuna, presidente de Fortune International, una de las empresas desarrolladoras líderes del sur de Florida.
Romina Saaied cuenta que algunos de sus clientes ya la llamaron para que les busque edificios viejos que quieran vender y hacer nuevos. A río revuelto, ganancia de pescadores, dice. “El mercado inmobiliario nunca va a perder, menos en Miami Beach”.
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