“Una sola dosis de metanfetamina me hizo adicto”

Un migrante en Modesto, California, narra el calvario que sufrió durante 10 años con el cristal, una de las drogas de mayor crecimiento en el consumo en EE.UU., especialmente en el oeste.

Sesión de narcóticos anónimos en Modesto, California

Sesión de narcóticos anónimos en Modesto, California. Crédito: Charly B. | Cortesía

Fue una sola vez y le bastó para engancharse. Charly B. vendía droga entre latinos de Modesto, California, y tenía mucha presión por parte del grupo que lo surtía, “tienes que probar el producto para que sepas lo que vendes”, una cantaleta que se repetía constantemente hasta que lo hizo.

Fue el error de mi vida”, cuenta en entrevista con este diario.

Tenía 27 años, una esposa, cuatro hijos, padres y hermanos cercanos, pero no seguridad en sí mismo. Era, más bien tímido, de esos muchachos a quienes intimidan las mujeres, reservado. El “cristal” le dio poder. Al menos por los primeros nueve meses. Le subió la autoestima, quitó los miedos.

“Esa droga te cambia tu personalidad, te hace sentir que puedes hacer todo, que no hay límites y eres superhéroe, que no necesitas dormir ni comer”.

La metanfetamina es un estimulante poderoso y sumamente adictivo que afecta el sistema nervioso central. También conocida como meta, azul, hielo y cristal—meth, blue, ice y crystal—, entre otros nombres, es un polvo blanco cristalino, inodoro y de sabor amargo, que se disuelve fácilmente en agua o alcohol y contra el que no existe tratamiento médico.

Según datos de la Encuesta Nacional sobre el Consumo de Drogas y la Salud del 2017 (NSDUH, National Survey on Drug Use and Health), más de 14.7 millones de personas (el 5.4 % de la población en Estados Unidos probaron la metanfetamina al menos una vez y ha ido en incremento, particularmente en el Oeste y del Medio Oeste del país.

Más del 70% de las autoridades locales de la zona del Pacífico y la zona centro occidental reportan actualmente que la metanfetamina es el mayor problema de drogas en su área. Charly B. dice que, entre los mexicanos la situación se ha complicado entre jóvenes que trabajan en el campo.

“Hay muchos adictos y, aunque todavía pueden ir a trabajar, van así al campo a cosechar las cerezas, el problema es cuánto tiempo aguantan así antes de caer totalmente en situación de calle, en la adicción total”, advierte. “Hay muchos, lo sé porque yo les vendía, no sabía lo que hacía”.

El drama

Charly B. empezó por consumir unas rayas. Esto fue en el tiempo de gestación de la adicción, cuando se sentía poderoso e invencible; desinhibido y audaz. El segundo año notó que las dosis tardaban más en hacerle efecto y comenzó a consumir más.

A la par del incremento en la frecuencia llegaron otras consecuencias. Empezó a imaginar cosas que sólo él podía confirmar. Escuchaba voces que le advertían que su esposa lo engañaba. Así comenzó a colocar teléfonos para grabar conversaciones en su casa y dio un giro arriesgado en la adicción: saltó a fumar la metanfetamina en lugar de inhalarla.

Acto siguiente, llegó el delirio de persecución. Salía a la calle, caminaba unos pasos y tenía que esconderse detrás de un árbol para “despistar” a un supuesto persecutor; daba otros más y se tiraba a los costados de los coches estacionados.

En el camino, los celos lo atormentaban, su mujer lo engañaba y la iba a desenmascarar tarde o temprano, se decía a sí mismo. Mientras lo averiguaba, si sí o si no, le caía a golpes, maltrataba, la hacía llorar.

El National Institute of Drug Abuse advierte que el uso indebido de la metanfetamina puede causar pérdida de la memoria, conductas agresivas, comportamientos psicóticos, daños al sistema cardiovascular, malnutrición, propagación de enfermedades infecciosas, como la hepatitis, el VIH y el sida y problemas dentales graves.

A Charly B. se le aflojó un colmillo y la boca le empezó a oler a excremento. Ocurrió mucho después mucho después de que fue al trabajo de su mujer a reclamar porque un presunto compañero de ella, al que acusaba de ser su amante, se había dedicado a molestarlo, a seguirlo, según su imaginación.

“Fui a avergonzarla en el lugar que nos daba de comer”, reconoce.

Charly B. tuvo que irse a la calle donde sólo lo toleraban otros adictos. Para ese tiempo, dos años después de que empezó a consumir la metanfetamina, ya no se sentía valiente ni Superman; sino un pobre diablo que sólo pensaba en dónde trabajar o dónde robar para comprar más droga y sentirse menos infeliz y sudoroso.

Cuando lograba comprarla, no se iba la depresión y sí el desasosiego, y el mal aliento y los dientes flojos y los amigos caídos en desgracia como aquel gringo hijo de dos médicos famosos en la zona que tenía una casa bonita y la dejó por la metanfetamina.

Un cambio sin tratamiento

Es muy fácil conseguir la droga. Cerca de la casa de Charly B. en Modesto, él tiene ubicados a varios vendedores que se surten en una larga cadena de distribución que empieza principalmente en México a cargo de organizaciones criminales transnacionales que la venden pura y potente y su precio es bajo.

A diferencia de la epidemia de opioides, para la cual existen medicamentos que ayudan a combatir la adicción, no hay fármacos aprobados por la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) que puedan tratar la adicción a las metanfetaminas y, aunque actualmente se realizan varios ensayos, aún están en primeras fases con monos.

Un paseo recreativo del grupo de uno de los grupos de narcóticos anónimos en San José, California
Un paseo recreativo del grupo de uno de los grupos de narcóticos anónimos en Modesto, California (Foto: cortesía Gardenia Mendoza).

David Jentsch, un investigador de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) quien busca desde hace años un fármaco que ayude a combatir la adicción reveló que su equipo no ha podido determinar qué hace a las personas más o menos adictos a la metanfetamina y por qué algunos son crónicos.

Los adictos al cristal deben salir del hoyo a pura fuerza de voluntad y existen muchas recaídas mortales. La sobredosis puede desencadenar ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares y convulsiones mortales.

Entre los amigos de Charly B. cuentan varios suicidios, algunos con armas, envenenados. El mismo tuvo esa tentación, pero lo salvó un billete de 10 dólares que le ofreció a un amigo que tenía automóvil para que lo llevara a Narcóticos Anónimos. No sabe cómo lo logró.

“Llevaba 10 años en la adicción”, cuenta. “Ese día tuve que decidir entre llamar a mi amigo o ir a comprar más cristal. Así me salvé, así volví a mi trabajo en la construcción y con mi familia”.

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