“Yo conseguía el armamento para el Cártel Santa Rosa de Lima”
Así es como los habitantes de los pequeños pueblos de México se involucran en las organizaciones criminales.
MEXICO.- Era un chiquillo cuando descubrió que le gustaba desarmar los cochecitos. Quitarles las llantitas, las puertas con sus dedos de niño; desprender las cajuelas, los alambritos que hacían las veces de motor, de timón, de volante o del motorcito. Separaba así todas las piezas con el mismo primor que con el paso de los años comenzó a tratar las armas.
Supongamos que le llamaban “Pedrito”, un nombre ficticio porque el real es ahora un asunto de vida o muerte, de hombre en fuga, aunque hace 30 años era un niño mimado que retozaba en el campo del centro de México, en el estado de Guanajuato y, para ser más precisos, entre Salamanca y Celaya, cerca de la población que dio nombre al cartel de Santa Rosa de Lima.
Pedro dejaba sus carritos desarmados en casa y salía a chapotear cuando llovía en el pueblo y todo se inundaba y se llenaba de lodo. O sacaba a pastorear algunos de los animales de los abuelos, chivas, vacas, puercos, caballos, gallinas, guajotes cuando la región era más agrícola y ganadera y no un botín de los cárteles para el robo de combustible.
Con el paso del tiempo, el pastoreo lo llevó a otro interés: la caza. Y la caza a las armas con las que hizo un enroque porque ya era niño grande, un adolescente, y pasó al descubrimiento de cómo estaban hechos los fusiles que conseguía la familia, los amigos y todos los del pueblo con los guardias rurales.
Pedro no sabía que los cuerpos de defensa rurales estaban regulados por el Ejército desde 1964 y que eran nombrados por las propias comunidades aunque su jerarquía es militar y no dan cuentas ni siquiera a los municipales.
Sólo sabía que una vez al año le prestaban un rifle y 50 cartuchos para disparar y entrenar por si acaso querían en algún momento incorporarse.
También sabía que le gustaba mucho desarmar el rifle, entender el diseño y volverlo a armar. Y eso hacía una y otra vez: separar la culata, el gatillo, el guardamontes, el seguro, el cerrojo, el bocafuego con la misma destreza que hacía con los cochecitos o como lo haría posteriormente con las R15 o las AK47.
A contracorriente
En esas aventuras estaba Pedro cuando su familia tomó la decisión de emigrar a Estados Unidos, siguiendo el camino de otros en el estado de Guanajuato, uno de los principales impulsores de migrantes desde el siglo pasado.
Así dejó atrás la provincia mexicana que en los años 80, donde aún no se daba cuenta de que se podía lucrar con la falta de Estado de Derecho y la impunidad, aún no se podían perforar los ductos de petróleo y hacer del robo de combustible o “huachicoleo” un negocio redondo, como lo descubriría más tarde Antonio Yates, “El Marro”, líder del cartel de Santa Rosa de Lima.
Pedro fue padre muy joven de tres niños en Estados Unidos, a los 21. Cuatro años después regresó a su pueblo y le dio por estudiar ingeniería metalúrgica. Era el más viejo de su generación pero se graduó con buenas calificaciones y lo contrataron pronto hasta que tuvo un fatal accidente automovilístico que casi lo mata.
Quedó lisiado, limitado para los trabajos fijos y clavado en la casa de su pueblo natal que había evolucionado mucho, según miraba alrededor: las calles se habían pavimentado y el internet funcionaba a la perfección como ventana a los más diversos intereses, incluyendo clubes para aficionados a las armas como los que encontró en Facebook.
El salto
Hurgando aquí y allá logró que lo aceptaran en uno de esos grupos cerrados y así supo que había un mercado entre ellos, que unos las conseguían y otros las compraban y que era muy fácil enviarlas y recibirlas, incluso por paquetería. Solo se depositaba la mitad del pago al momento del envío y el resto al recibirlas. Así se hizo de ejemplares más sofisticados.
Pero esa afición no lo abstrajo por completo de su realidad en el pueblo donde ya se hablaba de la vecina Santa Rosa de Lima con “respeto” porque ya no era tan campesina sino huachicolera y El Marro imponía su ley al amparo de complicidades de los gobiernos de los tres niveles, el municipal, el estatal o el federal que miraban para otro lado cómplices y omisos según dijo posteriormente el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Fue un primo político quien finalmente pidió a Pedro que le consiguiera cosas para El Marro quien “ordeñaba” a sus anchas la gasolina que salía de la refinería de Salamanca y para ello necesitaba gente del pueblo y armamento para deshacerse de los competidores que querían parte del millonario pastel con el que se había construido su mansión con todo y parque acuático.
Pedro dijo que sí, pues no era ningún trabajo para él saltar de aficionado a profesional. Poco a poco conoció a más gente de Santa Rosa hasta llegar al “Patrón” porque en cierta ocasión los intermediarios no le querían pagar y él fue a quejarse. El Marro decidió ponerlo en la nómina.
Desde su casa, en chanclas muchas veces, buscaba ofertas entre militares y ex militares o entre traficantes distribuidos por todos lados del país que recibían las cuernos de chivo y las AR15 que entraban al por mayor desde el norte. En 2019 la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) reconoció que en promedio ingresaban 567 armas al día al país, 70% de armerías estadounidenses.
Así pasó tres años Pedro frente a su computadora, rechazó algunas ofertas como ingeniero metalúrgico porque estaba cómodo con el homeoffice hasta que en agosto de 2020, irrumpió un operativo en el patio. Su mamá gritó y él se entregó.
La policía dijo que ahí había nueve chalecos balísticos, seis armas largas, dos ametralladoras antiaéreas, cientos de cartuchos de diversos calibres y uniformes falsos así como marihuana. Mintió más y dijo que él los había atacado, pero había cámaras que desmintieron la versión oficial y así salió Pedro libre con ayuda de abogados que puso El Patrón para toda su gente.
La captura de Yepes derivaría en la entrada del Cartel Jalisco Nueva Generación porque hacía tiempo que quería los ductos para sí. “Lo que seguía era que mataran a toda la gente del Marro”, dedujo Pedro. Así que le pidió permiso a éste para desertar porque no se puede salir de una organización así sin el visto bueno del capo.
—Vete —le contestó.
Y así volvió a EU, desde donde accedió esta entrevista telefónica.
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