La narcocultura como herramienta de los cárteles mexicanos para “disfrazar” su verdadero rostro

Pese a las innumerables canciones, series y películas que enaltecen a los narcotraficantes, la realidad es mucho más cruel de lo que se muestra

Jesús Malverde

Jesús Malverde es considerado el santo de los narcos. Crédito: Eduardo Verdugo | AP

La narcocultura es un fenómeno social que se vive en diferentes países de América Latina, especialmente en Colombia y México.

No se trata de una manifestación trivial, sino de una dimensión del tráfico de drogas a nivel cultural, donde ha jugado un papel importante en la reproducción y normalización de la violencia.

Está correlacionada con otros elementos sociales y económicos que se han infiltrado en muchos sectores de la sociedad, y ha derivado en la adhesión, voluntaria e involuntaria, de muchos jóvenes a las filas del crimen organizado.

La “narcocultura” comenzó a hacerse presente a partir de la década de los setenta en México. Un aspecto constante en ella son las aspiraciones y deseos que puede generar.

Contiene elementos simbólicos que crean representaciones imaginarias sociales sobre el tráfico de drogas que seducen a una gran cantidad de personas, y se convierten en anhelos que van desde el consumo y apropiación de los contenidos simbólicos, hasta la incorporación en actividades del narcotráfico.

La narcocultura conlleva a la exaltación de la violencia y del poder económico de los grupos y hombres vinculados al tráfico de drogas que los vuelve ídolos. Destacan elementos asociados como el derroche, la opulencia, la transgresión, el incumplimiento a la norma y el machismo.

En la década de los ochenta, los valores subculturales comenzaron a conquistar a los jóvenes de Sinaloa, de acuerdo con América Tonantzin Becerra Romero, de la Universidad Autónoma de Nayarit en su documento “Investigación documental sobre la narcocultura como objeto de estudio en México”, que considera que “se volvió una gracia imitar a los capos de la mafia portando armas, exhibiendo oro y joyas, y presumiendo la valentía.

El incremento y diversificación de la producción de películas, música, series de televisión y documentales relacionados con el consumo y tráfico de drogas, además de la difusión en medios, el estilo de vida de los narcotraficantes, ha permeado en la sociedad.

Las expresiones de la narcocultura dejaron de ser exclusivas para los grupos juveniles y se extendieron en todo el país, incluso más allá de sus fronteras.

Las series de televisión centradas en el tráfico de drogas surgieron en la década del 2000, a partir del creciente interés de las audiencias por los acontecimientos relacionados con dicha actividad. Los estudiosos de ellas han llegado a la conclusión de que el éxito que han tenido en países como México y Colombia se debe a que presentan una realidad conocida por ambas sociedades: los modos de ascenso social y la exclusión e inequidad social.

En la religión también ha permeado la narcocultura, no por instituciones religiosas sino por la práctica popular. Así, imágenes como Jesús Malverde y la Santa Muerte son tan transgresoras del orden social como los propios traficantes.

La arquitectura del narco, por otra parte, incluye dos tipos de construcciones: los ranchos y fincas espectaculares, mansiones con extensos jardines exóticos, piscinas techadas y capillas privadas son también fortalezas o casas de seguridad.

La arquitectura funeraria, con tumbas, capillas y mausoleos cuyo propósito es “dejar claro que no murió cualquier persona, sino alguien de significativa jerarquía en la estructura de alguna de las organizaciones delictivas”.

Sin embargo, todo lo que refeleja la narcocultura no es más que un espejismo, pues en realidad las figuras del crimen organizado son, en la vida real, personas sanguinarias cuya crueldad ha llenado de sangre y muerte cada territorio donde se paran, y quienes al final terminan tras las rejas, muertos o desaparecidos sin que nadie vuelva a saber de ellos.

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