Migrantes regresan a México para conocer el taller del escultor Jorge Marín
Natasha McDowell e Hilda Estrella vinieron a cobrar un premio en forma de sueño: conocer el taller del escultor mexicano vivo más famoso a nivel internacional con exposiciones en más de 30 países: Jorge Marín (Uruapan, Michoacán, 1963)
MÉXICO- Noche de viernes y la colonia Roma, en la Ciudad de México, es una fiesta callejera: gente en busca de un restaurante, un bar; amigos que pasean por las calles, coches en busca de estacionamiento; jóvenes en bicicleta para respirar la excitación que desata el clima templado en el que aterrizaron dos migrantes procedentes de Atlanta.
Natasha McDowell e Hilda Estrella vinieron a cobrar un premio en forma de sueño: conocer el taller del escultor mexicano vivo más famoso a nivel internacional con exposiciones en más de 30 países: Jorge Marín (Uruapan, Michoacán, 1963).
Son las 7 de la noche y a pesar del jolgorio exterior la casona donde el escultor tiene su oficina y taller, luce apacible. Una puerta pequeña se abre. La estancia tiene una luz calculada: blanca y amarilla en franca negociación y una oscuridad que resplandece.
Manuel Gil, director del estudio, da la bienvenida. Así empieza el recorrido de dos pisos que pocos conocen. Está reservado para coleccionistas y los ganadores del premio Wings of the City que se lanza por la mejor fotografía de la obra cada vez que ésta se presenta en una ciudad del mundo. No es público porque también es el hogar de Marín cuando está en la capital mexicana.
“No es muy normal que traigamos a gente aquí”, precisa Gil. “Allá arriba es su casa”.
Apunta hacia el tercer nivel rodeado de cristales, que rompe con el resto de la construcción de principios del siglo XX.
Natasha observa desde el segundo piso, cargada con la cámara del teléfono y abierta al privilegio que ganó: su fotografía fue la más votada en las redes sociales del concurso de fotografía Wings of the City de Atlanta, la exposición que convivió entre mayo de 2022 y mayo de 2023 con los lugareños en el consulado de México y en la ciudad de Brookhaven.
Marín ha sido un agudo promotor de su obra en Estados Unidos: 29 ciudades en total.
Natasha recuerda que cuando capturó la imagen era un día gris, sin sol y muy frío, pero despertó a su nieto de 11 años. ¡Andale, es hora! ¿De qué? ¿Por qué?, refunfuñó el muchachito. ¿Por qué te vistes de china poblana? ¿Por qué tan maquillada? ¡Es sábado!
“Para ganar”, respondió ella.
Y así fue. ¿El premio? Un viaje al taller del escultor con un acompañante patrocinado por el escultor, el consulado y otras fundaciones.
La invitada fue Hilda Estrella con su historia de emigrante regiomontana a cuestas, con sus 15 años de matrimonio con un ruso radicado en Estados Unidos que la ató a aquel país, con su carrera como ingeniera olvidada y de su amor por la danza folclórica mexicana.
Hilda le prestó a Natasha el traje de china poblana con el que posó para el concurso y ésta la sumó a la aventura de conocer el taller en agradecimiento y por el amor a la mexicanidad.
Hilda tiene una escuela de baile porque en EE.UU. descubrió que no debió estudiar ingeniería electrónica y comunicación ni su especialidad en acústica, pero sus padres querían garantizar una carrera “segura” y siguió su consejo para luego darse cuenta que lo de ella era el taconeo y las coreografías.
“¡Extraño tanto a México por eso!”, suspira mientras sube las escaleras para seguir a Manuel Gil, quien va dando largas zancadas hacia uno de los recintos principales. Natasha se detiene del barandal y toma algunas fotos de “Archivaldo Monumental”, la principal escultura del taller creada en 2008. ¡Impresionante!, suelta.
Está hecha de bronce y mide más de dos metros. La ficha técnica dice más detalles: 240 x 260 x 80 centímetros.
Natasha piensa en que hay muchas formas de regresar a México, de donde no hubiera partido si hubiera tenido dinero para terminar la licenciatura como química bióloga, pero no lo tuvo ni encontró trabajo y entonces se fue y cruzó los cerros desde Piedras Negras, donde casi la violan, pero que, con el paso del tiempo, ha aprendido a descruzar porque se hizo ciudadana americana.
Por eso cuando vio en las redes sociales del consulado que el premio por hacer la mejor fotografía era un viaje a México como invitada especial no lo pensó dos veces y despertó a su nieto Joshua y a su novio Javier para manejar casi una hora hasta donde la escultura y posar.
Se hizo más de 40 fotografías con aquel faldón largo bordado de nopales ceñido a la cintura que le prestó Hilda Estrella; con la diadema tricolor de la bandera mexicana y los aretes largos. Ella, de blusa blanca y holanes de pie o sentada; expandiendo y contrayendo los brazos; a ratos con un rictus de seriedad o la sonrisa abierta. Ella entusiasmada.
“Siempre veía los documentales de Leonardo da Vinci y Miguel Angel y veía que eran extranjeros y cuando vi que Marín era mexicano dije, ‘claro, los mexicanos también podemos hacer grandes obras y ser grandes cosas y no solo con el disfraz que nos pintan’”.
La voz de Manuel Gil regresa al presente. Literal. “Esto es de lo más reciente que ha hecho Jorge, es de 2023, se llama Presente”, dice y avanza hacia donde explicará las tripas de la escultura, cómo se hace, como el bronce pasa por unos tubos y por cera, en una técnica que no ha cambiado desde su invención:
Estudio de cabeza de Bernardo, señala y sigue hacia los bocetos en miniatura: Pradera en balsa. Angel Precedidas y Octubre en cuclillas sobre el nombre del artista en un círculo: la firma de Marín.
“Algo que me gusta repetir sobre la obra de Jorge es que quiere hacerla siempre muy cercana a la gente por eso se puede tocar, tocar hasta que se desgaste, no importa para eso se exponen en los espacios públicos”.
En los siguientes cuartos donde se expone la obra Natasha e Hilda tienen más confianza para tocar: los muslos, las alas, las narices cubiertas por aquellas máscaras enigmáticas características de las obras de Marín que permiten al espectador hacer su propio diálogo, imaginarlo; los abdómenes y brazos musculosos, los cuernos del Minotauro al que le salieron alas.
Manuel Gil les regala un par de libros. La noche ha avanzado y es hora de partir. Se abre la puerta hacia la calle que ya no es la misma calle para las dos migrantes. En las manos llevan Alas de la Ciudad, de Jorge Marín.
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