Al pequeño Gabriel le obligaron a comerse su propio vómito y heces de gato
Los hermanos mayores de Gabriel relatan en el juicio la continua tortura a la que era sometido
Este miércoles testificó en la corte Ezequiel, hermano mayor de Gabriel Fernández, de 8 años, maltratado hasta su muerte por su propia madre y el novio de esta, Isauro Aguirre, ahora acusado de homicidio. Su hermano, de 16 años y con tan solo 12 cuando Gabriel fue asesinado, describió de forma detallada el calvario al que Gabriel era sometido diariamente por sus tutores, quienes incluso le obligaron a engullir su propio vómito además de heces de gato.
“Mi mamá y su novio obligaban a Gabriel a comer comida estropeada o caducada. Una de las cosas que recuerdo son espinacas caducadas. Las vomitó, y ellos le forzaron a comerlas fuera de la mesa”, narró Ezequiel. Entonces el fiscal le preguntó: “¿El acusado hizo que Gabriel comiera vómito?”, a lo que el menor respondió que sí.
En otra parte del relato, contó como en una ocasión su hermano fue golpeado tan fuerte que dejó una hendidura en la pared tras darse con la cabeza. También dijo que a veces, durante las constantes golpizas, Aguirre llamaba a Gabriel “gay”, pero que más allá de eso, desconoce porqué su madre y Aguirre solo le pegaban a él y nunca a su otro hermano o a su hermana.
La sala del tribunal guardó silencio mientras la acusación traía a la sala una especie de caja de cartón en la que se supone que Aguirre y la madre del niño, Pearl Fernández, lo encerraban, atado y amordazado, a veces durante horas sin comida, agua o posibilidad de ir al baño.
El fatídico día de mayo de 2013 que Gabriel murió, Ezequiel dijo que su madre y Aguirre le golpearon hasta que comenzó a sangrar, y luego lo arrastaron a una habitación y cerraron la puerta. Ezequiel dijo que escuchó gritos y golpes, y después todo se quedó en silencio.
Cuando la hermana de Gabriel, Virginia, de 14 años, se subió al estrado por la tarde, se podían oir sollozos silenciosos del jurado y del público, según ABC7. Virginia tenía entonces 11 años, pero todavía recuerda perfectamente el último día con vida de su hermano: “Lo arrojaron a la ducha y siguieron gritándole para que se despertara. Y cuando no se despertó, mi madre decidió llamar a la policía. Me dijo que tomara un trapo, y limpiamos la mayor parte de la sangre que había en el piso”.