El Mogote, lecciones de un pueblito rural en México que resiste el embate de Delta
Pobladores de El Mogote, una comunidad rural del norte del estado de Guerrero, México, viven con el terror de contagiarse de la variante Delta del coronavirus.
MEXICO.- A las cinco de la mañana, pobladores de El Mogote, una comunidad rural del norte del estado de Guerrero, se reunieron para tomar por los cuernos la peligrosa geografía de la región y enfrentar el coronavirus que se embestía con todo sobre ellos con la variante Delta, más contagiosa que ninguna otra conocida.
Se montaron en 23 vehículos, entre suburvans, combis, tsurus, marchs… Encendieron las luces en medio de la oscura madrugada y se enfilaron hacia la serpenteante terracería de la barranca de Chichila, un nido de delincuentes que azota la región a pesar de los diversos operativos de la policía local, estatal y la Guardia Nacional.
Cruzar por esa zona, es la ruta más corta, alrededor de 35 minutos en coche, pero se corre el riesgo de robos, secuestros, extorsiones, si la vigilancia oficial no está presente.
Sin embargo, no era momento de cobardías y la caravana descartó la ruta más larga, que implicaba rodear por el Estado de México durante hora y media.
“Teníamos que ser los primeros para llegar a la vacunación”, recuerda Mardonio Reyna, empresario de la comunidad de alrededor de 600 habitantes, en su mayoría con doble nacionalidad, mexicoamericanos que fluctúan entre dos tierras, entre Guerrero y California, Texas, Illinois Washington, Nueva Jersey…
Un miedo había superado al temor de los mogoteños a la inseguridad: el terror de contagiarse de la variante Delta del coronavirus que desde días atrás apretaba la tenaza en el pequeño pueblo como en las grandes ciudades del país, igual que en la Ciudad de México, donde nueve de cada 10 casos es causado por la nueva cepa procedente de La India que desplazó a Alfa y Gama.
Los últimos reportes oficiales del país señalan que cada 24 horas hay alrededor de 20,000 nuevos casos y aunque la mortandad es menor, la tercera oleada suma ya 515 nuevos muertos.
En las últimas horas del jueves 5 de agosto, El Mogote sumaba dos muertos y un 80% de la población contagiada, principalmente antivacunas, gente que no alcanzó a inmunizarse a tiempo y otros enfermos que se contagiaron a pesar de haber recibido las dosis.
Al sumarse a la caravana hacia Pilcaya nadie tenía la certeza de quiénes estaban contagiados, quiénes podrián ser futuros enfermos o quiénes eran portadores. Aún así, tomaron el riesgo y, en fila, retaron al destino, ¿se encontrarían o no con algún sinsabor de la inseguridad? ¿se convertirían en una cifra más del COVID-19?
A mitad del camino, se les descompuso un coche. Empezó a chirriar y a lanzar vapor desde la caja del motor colina arriba en el complicado ascenso por la montaña. Algunos oraron en silencio, ¿arrepentidos de su negligencia?
Los ateos como Mardonio Reyna, preferían pensar en que pronto alcanzarían la cima, hasta el llano, y se acabaría la pesadilla, sin imaginar que empezarían otra. Una vez que llegaron a la Unidad Deportiva municipal, los 260 mogoteños tuvieron que esperar casi seis horas.
Las dosis de Cansino aterrizaron en un helicóptero de la Marina como en las películas holiwoodenses sobre los poblados africanos en espera de alimentos.
Fueron enviadas el mismo día desde Acapulco, pero la lluvia no permitía echar a andar las hélices del vehículo y eso retrasó el viaje y alteró los nervios de los impacientes mogoteños que eran los penúltimos del pueblo en vacunarse.
En la caravana iban principalmente jóvenes (ese día se abría la inmunización local para los mayores de 18 años y hasta los 29 años) y de antivacunas conversos. También rezagados de 40, 50 y 60 años que habían negado la existencia del virus y ese día iban con la cara de susto y la esperanza de poner freno al brote del pueblo.
“Se les veía en el rostro mucha preocupación, estaban pálidos y no hablaban de otra cosa”, cuenta Eduardo Espíritu, un trabajador del ayuntamiento que apoyó aquella tarde la vacunación de los mogoteños.
De la resistencia al susto
Hasta antes de la llegada de Delta, El Mogote se mantuvo en control del COVID. Los seis restaurantes que dan vida y trabajo local tomaron medidas sanitarias tajantes para los trabajadores y la clientela procedente de diversas ciudades —el pueblo está en medio de un corredor turístico muy visitado: Ixtapan de la Sal- Taxco—.
Habían sorteado las dos primeras oleadas del país, incluyendo la del invierno pasado que cayó con todo en la cabecera municipal y en el país cuando México se convirtió en el más mortífero del mundo con un promedio de 600 muertos al día.
En El Mogote, el problema actual se gestó poco a poco. Entre los seguidores de desinformación de Facebook y un nuevo movimiento religioso que estaba tomando fuerza. Los pobladores pro vacuna dicen que los evangélicos pecaron de negligencia, que iban por ahí incitando la gente a no guardar la sana distancia, no usar mascarilla y a lanzarse boquiabierta a la calle.
Adán Reséndiz, un ex migrante y pastor de la iglesia, acudió en las semanas anteriores a un evento evangélico a Nuevo León y se rumora que de ahí salió infectado del COVID y así llevo el virus al pueblo entre sus múltiples sermones sin medidas de protección.
Les decía que no había otra fuerza protectora en contra de las amenazas del mundo que no fuera Dios y que a éste la vacuna le hacía los mandados, que si se contagiaban, el Señor los iba a proteger, que todo sería cuestión de una gripilla.
Esta postura envalentonó a muchos antivacunas como Beatriz Rojas. La tendera del pueblo mintió y dijo que ya se había inmunizado cuando la fueron a visitar. No confesó su condición de no vacunada hasta que vio que los contagios estaban incontrolables y que ella misma tenía el coronavirus.
“Se echó a llorar porque contagió a varios”, cuenta Mardonio Reyna.
En el tiempo intermedio de su mentira y la confesión, Beatriz Rojas infectó a varias personas. Entre ellos, al hijo y el hermano de Erica Bustos, una ama de casa de 38 años, quien tuvo que aislar totalmente al niño e internar al otro por complicaciones debido a la diabetes y la impertención. Murió este martes.
“Mi hermano se cuidaba muchísimo porque estaba ciego debido a la diabetes y sabía que podría morir por COVID, sólo iba a la tienda y esa señora lo contagió”, precisa Bustos. “Después él contagió a mi hijo, de 13 años, que lo cuidaba”.
El movimiento antivacunas en México es minoritario, aunque muy activo en redes sociales. A nivel nacional, se tienen detectados dos movimientos: Mexicanos por la Verdad y Abogados por la verdad de México. Por otro lado, los evangélicos han jugado un papel propagandístico de los antivacunas entre indígenas o nuevos seguidores.
El argumento principal para su revelación gira en torno a “un plan para coartar las libertadres como la de tránsito” así como un supuesto negocio orquestado por las farmacéuticas internacionales.
Pero no todos en El Mogote se dejaron de vacunar por necedad o negligencia. En algunos casos, aún no llegaban las vacunas en su rango de edad como ocurrió con Emmanuel Rojas, de 29 años, quien aún no recibe la vacuna porque cuando llegó su turno, ya era demasiado tarde: estaba contagiado.
“Creo que fue en el estadio de fútbol”, comenta.
Y no es el único en la familia. También su esposa, hermano, la esposa de su hermano, cuatro tías y un primo. Aunque los síntomas no han sido tan fuertes, han tenido que cerrar el negocio y enviar a los dos hijos de 11 y dos años con la abuela quien vive sola en El Mogote mientras el esposo trabaja en Illinois.
“Los síntomas no han sido fuertes, sólo dolores de cabeza y malestar en general, por suerte, pero de todos modos uno se asusta”.
Mardonio Reyna observó que había una relación entre el nivel de estudios y la edad con la negación del virus. Entre menor escolaridad, más negligencia; entre más años acumulados, más responsabilidad como el caso de doña Natalia Leyva, quien a sus 100 años fue en silla de ruedas a recibir sus dosis al municipio vecino de Ixtapan de la Sal en cuanto supo que allá tenía posibilidades.
Acciones
Una de las gotas que derramó el vaso de la incredulidad en El Mogote fue el día en que se supo que un bebé que llevaron algunos comensales al restaurante La Laguna, propiedad de Mardonio Reyna, era huérfano. La madre se infectó cuando estaba embarazada.
“El niño era muy bonito y todo mundo le estaba haciendo fiesta y la familia que lo llevaba contó la historia”, recuerda Reyna. “Fue muy impactante, sentimos el virus muy cerca y todos nos sentimos muy vulnerables”.
A partir de ese día empezaron una campaña más agresiva de concientización casa por casa y, a través de un chat grupal entre la gente más activa de El Mogote comenzaron a ponerse de acuerdo con las acciones a seguir.
De ahí surgió el plan de la caravana, de hablar con las autoridades municipales, de hacer una lista de posibles contagiados. Uno a uno, los infectados comenzaron a reconocer que eran focos rojos y la lluvia de ideas sobre cómo persuadir a la población a vacunarse mientras los infectados sufrían los golpes del COVID.
En el caso de los niños como el hijo de Erica Bustos, quien, a pesar de no sufrir de síntomas agudos, vive completamente aislado en una casa en solitario para no contagiar al resto de la familia con quien vive, a sus hermanos, a sus tíos y a la madre.
“Está muy deprimido”, reconoce Erica. “La gente le huye en la calle cuando sale a dar una vuelta y se lo encuentran. No quieren hablar con él aunque lleve mascarilla. Está contado los días para que acabe la cuarentena”.
Por ahora, las medidas que los pobladores de El Mogote tomaron para hacer frente no son radicales como han sido en otros pequeños poblados de México, donde se impide el paso a foráneos, se agrede a la gente enferma, o se le niega servicios a los infectados.
En cambio, se prohibió la entrada a las canchas de fútbol y de basquetbol a todos los que no estén vacunados y todos los restauranteros deberán exigir la inmunización a sus trabajadores, una forma de presión infalible puesto que son, principalmente por el restaurante La Laguna el principal empleador de todo el municipio.
Para la fiesta por el Día de la Raza, el próximo 12 de octubre, que es la principal de la localidad, se prevé que los actores y la reina así como todos los participantes, deben de estar vacunados. “No estamos para arriesgarnos”, detalla Mardonio Reyna como vocero de los pobladores.
El Mogote no puede darse el lujo de otros tiempos u otros lugares donde se reían del coronavirus. Mardonio Reyna recuerda que asistió a una fiesta de unos doctores amigos que lo recibieron con mascarillas y guantes para burlarse de él porque no quería asistir a la reunión en la primera oleada de la pandemia en México. “Ahora sí no va a ningún lado ni se quitan la mascarilla”.
Hasta el cierre de esta edición el pastor evangélico no respondió las llamadas telefónicas de este diario que pretendía escuchar su versión del cambio de actitud respecto a la vacuna.
Aún no se sabe si ha recibido alguna dosis de la vacuna, Pfizer, Cansino, AstraZeneca o si no ha podido por el contagio de COVID-19. Se sabe que le dio muy duro y que quedó mal trecho y mal herido y ahora va pregonando por las calles que fue Dios el que intervino para que no muriera y así continuara su misión de evangelización en El Mogote, donde ya empezó la construcción de un templo.
Si en adelante tendrá adeptos como antaño lo definirá el tiempo. Por ahora, la realidad le dio una lección a él y a los pobladores que ya velan a otro muerto, al muchacho que contagió la tendera y sólo se había alcanzado a poner una sola dosis de AstraZeneca.
Le ganó el tiempo, la enfermedad, la falta de vacuna y, sobre todo, la imprudencia de otra.
Seguir Leyendo: Mexicanos se mudan a la playa y pequeñas ciudades… ¡gracias al home office!