Venezolanos resisten los embates de deportaciones en México
Los venezolanos son a quienes más han expulsado de Estados Unidos a México: entre el 1 de marzo de 2020 y el 7 de agosto de 2023 fueron casi 42,000 y recientemente el gobierno de Joe Biden anunció que lo hará directo a Venezuela con 12 aviones para desatascar la frontera
MEXICO- El fin de semana, la familia Suárez no hizo otra cosa que vivir la vida de migrantes venezolanos en la Ciudad de México: se levantaron temprano para salir del albergue, el esposo José Miguel Briceño fue a trabajar a una taquería donde le dieron empleo hace dos semanas y ella se instaló con sus dos hijos a un rincón de la avenida Reforma para vender paletas de caramelo.
Hace dos meses que aplicaron una cita en el sistema CBP One vía internet y diariamente se levantan con la esperanza de que tendrán una respuesta, una fecha exacta que termine con su martirio, pero ésta no llega y no quieren avanzar sin ella.
De no ser porque tienen el dinero justo y un incidente de los últimos días, se sienten bien en la capital mexicana. Paola Suárez, la madre, se atreve a decir que es aquí y en Costa Rica donde más le ha gustado estar. Mientras ella espera diariamente la hora de hacer la fila para volver a entrar el refugio a las 4:00 de la tarde, ve pasar a la gente que, en su mayoría, la tratan bien.
“Me dan ropa, comida, dinero y hasta me han llevado al super para comprar cosas específicas para los niños”, detalla. “Sé que algunos no les gustamos porque les saludo, ‘Cristo te ama’ y no contestan y ahora cuando los veo venir con cara de enojados mejor no les hablo”.
La sensación de tranquilidad que tenían en la ciudad se rompió entre el viernes 10 al domingo 12 de octubre pasados cuando, a solicitud del Gobierno de la Ciudad de México, el Instituto Nacional de Migración (INM) detuvo a 246 personas provenientes de Centroamérica, Venezuela y Haití que permanecían en áreas pública en la zona norte de la entidad.
Eran 192 mujeres y hombres adultos, así como 54 niñas, niños y adolescentes localizados en banquetas, camellones, parques o pasillos de la Central de Autobuses del Norte que fueron llevados a distintas estaciones migratorias para su deportación si no comprueban su estancia legal.
Los Suarez se encontraban en otro municipio de la ciudad, pero no muy lejos del lugar donde se centró la redada.
“Hemos tenido mucha suerte”, dice Paola Suárez, de 22 años, quien viaja en familia desde Colombia con la esperanza de llegar a Estados Unidos, trabajar, ahorrar para comprar una casa y montar un negocio en Venezuela y regresar. “Nadie de nuestras familias había emigrado antes, nos gusta estar allá, pero no alcanza para comer”.
La fortuna antes y después
“Sera porque he pedido tanto a Dios que nos proteja en este viaje que no nos ha ido mal”, concluye Paola en entrevista con este diario sentada a la orilla de una banqueta, con dos mochilas sobre una barda alta y los niños, de cuatro y cinco años, a los costados.
Llegaron a la ciudad librando el olfato del INM que de enero a septiembre de este año detuvo a cerca de 141, 522 venezolanos en un incremento notable, según reconocen sus propias estadísticas en la Unidad de Política Migratoria: en enero capturó a 3,625; en junio, poco más de 18,000 y en septiembre sumó 31,213.
Para los Suárez su supervivencia comenzó a ir mal hace dos años, cuando despidieron a José Miguel de la ferretería donde laboraba. “Prácticamente mi papá y mi suegro nos estaban manteniendo y vivir arrimado es lo peor que le puede pasar a alguien”, recuerda Paola.
Pasaban hambre o no tenían ropa: había que elegir, una dinámica que llevaba una década para todos los venezolanos. Según cuentas de la migrante fue desde 2013. Ella tenía trece años y recuerda que tenía que hacer una fila desde la seis de la tarde para salir hasta casi las ocho del día siguiente con un poco de harina y huevo.
“El país no está dolarizado, pero todo lo que venden hay que pagarlo en dólares y los salarios son en bolívares”, detalla. “Al final lo que ganas te alcanza para medio comer dos días”.
La suerte que tenía la joven pareja en algún momento fue que los padres de ambos trabajan para PDVSA, la petrolera del Estado, y a ellos les daban unos bonos de productividad “que provenían de Rusia”, dice ella, sobre el dinero que, al final de cuentas, no era de la nueva familia.
Por eso José Miguel se fue a Colombia en 2020 a trabajar a una mina de la cual desistió pronto por los riesgos laborales. Con los ahorros de ese empleo habían comprado una casa en Caracas cuando todo mundo estaba rematando sus propiedades para migrar, pero la tuvieron que vender ellos también para irse.
Estados Unidos está recibiendo ahora a los venezolanos con documentos si aplican vía electrónica para el asilo. La mayoría lo hace al llegar a México: en Tapachula y ahí esperan un salvoconducto para llegar a la frontera, pero muchos se desesperan y entran indocumentados a México o hasta en Estados Unidos.
Los venezolanos son a quienes más han expulsado de Estados Unidos a México: entre el 1 de marzo de 2020 y el 7 de agosto de 2023 fueron casi 42,000 y recientemente el gobierno de Joe Biden anunció que lo hará directo a Venezuela con 12 aviones para desatascar la frontera. La familia Suárez espera su cita del CBP One para evitar entrar sin documentos, aunque sabe que hay otro tipo de riesgos. “Así es esto, dice ella”.
Sólo espera seguir con la buena estrella que guía a la familia desde que salieron de Colombia.
Llegaron al fatídico paso del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá y los ríos no estaban crecidos hasta el tamaño de una palmera; sino que acarreaban aguas mansas que los dejó con vida. Meses atrás, murió ahí el padrastro de Paola y dejó un hijo chiquito.
En eso pensaba ella cuando subieron la montaña La Llorona; cuando veía a niños deshidratados y sin comida; cuando le atacaban los nervios, las ganas de defecar y vomitar de pura ansiedad cargando a los suyos sobre la espalda.
“Hubo una muchacha que nos pidió ayuda, era gorda, gordísima, y nos dijo que estaba cansada, que ya quería parir en plena selva poque había visto morir a su esposo en el río y ella se quedó sola, embarazada”.
Superado el Darién, fue más tranquilo para Paola Suárez y su familia, excepto cuando en una canoa de Panamá el agua empezó a meterse y tuvieron que sacarla con botes plásticos al acecho de cocodrilos o cuando los dejaron sin dinero los extorsionadores de Nicaragua hasta que los padres de ellos enviaron un poco más.
“Rezaba para que Dios nos mandara gente buena y esa vez, en El Naranjo, mandó a una persona que aceptó darnos de comer, tenernos en su casa, dejarnos bañar, hasta que pudimos darles algo de dinero”.
A Guatemala lo libraron con un salvoconducto y así llegaron a Tapcahula, donde los recibieron hombres armados, “pero amables”, que se ofrecieron a llevarlos hasta Oaxaca si pagaban 100 dólares por cabeza y así lo hicieron, pasando de un vehículo a otro, sin contratiempos hasta que, por su cuenta, tomaron un autobús hasta la Ciudad de México, donde hoy esperan.
En seis semanas prendieron a comer tacos de carne “esmechada” y limón, “cuando hay”.
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